Ajmátova: la poesía, la libertad, el trascender

Enero 2022

Carlos Castillo

La Nación

Una constante marca la existencia de la poeta rusa Anna Ajmátova: vivir la rebeldía como habitante de la poesía.

Su obra y su biografía son prueba de ese camino, de esa elección libre y convencida de que no puede ser de otro modo porque cualquier otro supondría claudicar de un espíritu interno que llama, que es motor y principio vital.

Las mujeres rusas de su época –finales del siglo XIX, principios del XX– debían adoptar “dos veces el nombre del padre”; la sujeción masculina en una sociedad de valores, hábitos y estereotipos dictados por esa figura dominante, única: sometimiento a un poder omnipresente.

Nos lo recuerda Alberto Ruy Sánchez en El expediente Anna Ajmátova (Alfaguara, 2021), biografía novelada de una de las figuras más destacadas de su generación, de las pocas sobrevivientes, puente entre generaciones que vieron y en no pocas ocasiones sucumbieron al guiño del poder ascendente de Stalin, quien poco a poco terminaría por someter a una nación bajo el yugo del miedo, el terror y la muerte.

Ajmátova tenía inscrito en su origen la resistencia excepcional, la condena implícita de encarar a toda autoridad que se considerase absoluta, ya sea fruto del poder político o de la tradición que hereda sometimientos naturalizados.

Subversión que, con Camus, es un “no” que afirma y reafirma aquello que la persona mantiene de más humano: la naturaleza de una libertad a la que le resulta imposible capitular porque entiende el valor, el último reducto que yace en la rebeldía.

Ese desafío conlleva consecuencias. Y quien entiende la naturaleza compleja y profunda de la libertad sabe que asumir el precio de su ejercicio es parte del ser plenamente libre.

Pagar en carne propia el costo de ser libre fue para Ajmátova el espionaje, el silencio impuesto desde el poder, ser relegada y excluida de imprentas, páginas y editoriales controladas por la dictadura soviética; costo que pagaron también sus cercanos con la cárcel en los gulags siberianos, con el asesinato por motivos políticos, con el exilio.

Ruy Sánchez elige como voz principal la de la oficial que vigila a la poeta en su domicilio, donde es espiada continuamente, donde una estatua del dictador fue erigida para ser lo único que entreviera a través de su ventana, donde no obstante todas las precauciones –limitación de papel, tinta y bibliografías, registro e intimidación de visitantes–, el ingenio y, de nuevo, esa libertad que escapa por cualquier rendija, fuera capaz de filtrar los versos que luego aparecerían en revistas de Occidente.

Y esa fuerza, ese temple y ese gozo que la propia libertad inspira se vuelven contagiosos porque, incluso el adoctrinamiento y el sometimiento más férreos y brutales, son capaces de ceder cuando se enfrentan a convicciones que trascienden al miedo y lo convierten en fuerza creativa.

La decisión de Ajmátova fue “ser habitada por poesía”, y poesía en su caso implicó autonomía: autonomía del cuerpo y del amor; soberanía ante decisiones y disyuntivas; egoísmo que sólo se entiende cuando sus arrebatos se asumen en la congruencia de quien, ante cada nueva elección, tomará la ruta que conduce a más libertad, a más poesía.

Y quedaban como huellas los versos fraguados a sangre y sacrificio. Y quedaba como legado cada libro que de prisa se asumía como parte de una tradición que la poeta vio construirse durante su propia vida.

Y quedaba esa conciencia que a cada línea abrevaba en un legado literario –Pushkin, Dostoievski, Gogol– para convertirlo en nuevos afluentes para voces que más tarde llegarían a demostrar que, en efecto, no hay literatura sin esa libertad que se defiende frente a cualquier poder. A costa de lo que sea. Sin miedo a las consecuencias.

Alberto Ruy Sánchez logra, de nueva cuenta, habitar el espíritu de una época, darle vida, ahondar en sus pasadizos más oscuros y echar luz sobre dos formas del poder: el de la libertad que se ejerce contra todo sometimiento, y el de quienes –ilusos– asumen que la veneración ante el líder traerá consigo alguna forma de trascender. Una depende del sí mismo. Otra se derrumba al mínimo capricho. Elija usted.

 

Carlos Castillo es Director de la revista Bien Común.

Twitter: @altanerias

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