Psique, fantasmas y una obsesión

Febrero 2023

Andrés Castro Cid

La Nación

La frase “en todo caso, había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío” es una idea que despierta la imaginación del lector, pues cada persona tiende a imaginar su túnel: largo, claro, obscuro o estrecho, quizá muy profundo, en espiral o sin salida. Quienes conocemos un poco más la obra de Ernesto Sábato, nos imaginamos este túnel tal como lo quiere presentar y describir el gran escritor argentino en esta gran novela: un pasadizo que retrata la desesperanza, el recogimiento y la soledad de su personaje principal, Juan Pablo Castel, un pintor que pasa su vida entre el razonamiento y la desesperación frente a todo lo que ve a su alrededor.

Ernesto Sábato fue un ensayista, novelista, físico y pintor de origen argentino que escribió tres novelas: El Túnel, Sobre héroes y tumbas y Abaddón el exterminador, así como varios ensayos sobre la condición humana.

El Túnel se describe como una de las grandes novelas sudamericanas del siglo XX. Esta excelente obra literaria basa su narrativa en un personaje que revela su pensamiento y su actuar en una exagerada, pero bien llevada introspección, y conforme se avanza en la lectura se intenta prever hacia dónde nos quiere llevar el genio sudamericano.

En algún momento de la novela pareciera que se entra en la narrativa existencialista de alguna obra de Sartre, de Camus o en ese conflicto del dolor y sufrimiento inevitable en el ser humano que concibe Dostoievski; tal parece que el objetivo de esta creación literaria de Sábato es hacer visible esa posibilidad de mostrar la inmensa soledad y ventiscas ásperas de desesperanza en la que puede caer el ser humano.

Retornando al principal personaje de El Túnel, Sábato nos presenta a Juan Pablo Castel, un personaje complicado, paranoico, exageradamente reflexivo, introvertido, impaciente, inseguro, frágil, ambiguo, en permanente conflicto interno, en ocasiones nihilista, lo que da por resultado un invariable desequilibrio en su vida, situación que lo lleva a caer en momentos de violencia.

Se sabe que es pintor, lo que se toma como pretexto para exponer su atracción al arte y otorga un ambiente surrealista en esta narrativa que recibió el Premio Miguel de Cervantes, galardón literario concedido a los escritores de habla hispana.

Inicia con un flashback, una reflexión un tanto despreocupada por el protagonista, quien desde el inicio confiesa ser el autor de un desafortunado acto.

En las primeras páginas del libro se describe el momento en que Juan Pablo Castel presenta una pintura titulada Maternidad en “el Salón de Primavera” y descubre que una muchacha desconocida permanece mucho tiempo delante de su cuadro, sin dar importancia, en apariencia, a la gran mujer en primer plano que miraba jugar a un niño, pero que, en la parte superior izquierda de la obra, hay una escena pequeña y remota: una playa solitaria y una mujer que miraba el mar.

La misteriosa visitante del museo contemplaba la obra de Castel como esperando algo. La escena sugería, en opinión del artista, una soledad ansiosa y absoluta.

Este personaje se llama María Iribarne, de quien Castel se obsesiona, pues estaba seguro que entendió su obra a la perfección y no como los críticos de arte, a quien él considera seres humanos fútiles, sin conocimiento real del arte.

Así comienza este torbellino literario, pues Castel, entre sus inseguridades y miedos de interactuar con su entorno, vive casi siempre entre la soledad o entregado a los placeres que trae consigo el vicio del alcohol, siempre en aislamiento, ya que de manera constante miraba con antipatía y hasta con asco a la gente, sobre todo a la gente “amontonada”, además de que afirmaba que a los individuos perniciosos se les liquida y se terminan los problemas.

Ernesto Sábato utiliza una de las combinaciones más inusuales en la literatura, pues Castel logra acercarse a María Iribarne y éste logra una frágil relación sentimental con ella, pero, por su manera de ser, tal parece que se esfuerza por alejarla de su vida. El escrito es, en su mayoría, un espacio de auto charla, una reflexión de Castel consigo mismo, que lo lleva a tener una relación con Iribarne que va entre la violencia y el amor-obsesión y el amor-obsesión-violencia.

La relación entre Castel e Iribarne pasa por un constante deseo de él por llevar, en momentos, la crueldad hasta al máximo para llegar después a un arrepentimiento que le ordena pedir perdón, de humillarse delante de María, reconocer su torpeza y crueldad. “¡Cuántas veces esta maldita división de mi conciencia ha sido la culpable de hechos atroces!”, expone Sábato mediante el remordimiento de su personaje. El escritor argentino da fin a su escrito con algo que al lector le queda claro, un arrebato irracional, previo a un breve diálogo entre María Iribarne y Juan Pablo Castel.

—¿Qué vas a hacer, Juan Pablo?

Poniendo mi mano izquierda sobre sus cabellos, le respondí:

—Tengo que matarte, María. Me has dejado solo. Entonces, llorando, le clavé el cuchillo en el pecho.

 

Se trata, en suma, de una escena lúgubre perfecta, el desenlace cuasi perfecto de esta novela envuelta con esa gruesa capa de un problema humano. Es el tipo de novela que uno esperaría del Ernesto Sábato existencialista: en su estilo minucioso, recargado en la piscología de una persona agobiada por todo lo que vive, de una narrativa de ritmo regular, con aventura, con una visión particular del tormento y de la muerte como solución a una traición.

La novela contiene otros personajes quienes tienen una breve, pero ingeniosa participación: Allende, ciego, esposo de María Iribarne; la Mucama de María Iribarne; Hunter, primo de Allende; Mimí, hermana de Hunter y prima de Allende; Lartigue, amigo íntimo de Hunter y amigo de Castel, y Mapelli, que es amigo de Castel.

La nación