Torrentes de materia prima para un posible artista

Intensidad, sequedad y pasión

Marzo 2024

Andrés Castro Cid

La Nación

¿Por qué estos negros presagios, oh corazón? Intensidad, sequedad de amor y de pasión. Son frases que se convierten en un modo de vida, en tormentos con los que algunos seres humanos viven su día a día y que pocos los convierten en expresiones artísticas.

Ernesto Roque Sábato (24 de junio de 1911-30 de abril de 2011) fue un ensayista, novelista, físico y pintor de origen argentino que en Antes del Fin se enfoca de manera apasionada en tratar de desenmarañar, explicar y sacar lo bueno de las emociones negativas en el ser humano; esas condiciones humanas que producen una experiencia desagradable, como los episodios de miedo, ansiedad, ira, tristeza o depresión.

Mediante este ensayo, Roque Sábato deposita su reflexión sobre las tormentas emocionales de las que fue objeto durante su adolescencia y aún en su etapa adulta. Inicia con una confesión que conecta de manera inmediata con el lector: “Vengo acumulando muchas dudas, tristes dudas sobre el contenido de esta especie de testamento que tantas veces me han inducido a publicar; he decidido finalmente hacerlo (…) la gente joven está desesperanzada, ansiosa y cree en usted; no puede defraudarlos. Me pregunto si merezco esa confianza, tengo graves defectos que ellos no conocen, trato de expresarlo de la manera más delicada, para no herirlos a ellos, que necesitan tener fe en algunas personas, en medio de este caos, no sólo en este país sino en el mundo entero”.

Al escribir esta reseña recordé la afirmación de una joven escritora: “Hay libros que, como algunas personas, llegan a nuestra vida en el momento preciso”, y estoy seguro que el escritor argentino escribió Antes del Fin en el momento adecuado de su vida, con la inteligencia, la sabiduría y madurez emocional para compartir algunas etapas de su vida, como joven idealista y anarquista, el proceso en el que buscó refugio en la ciencia formal y exacta, como se les denomina a las matemáticas y su final migración a lo que fue su pasión: el arte.

Hay momentos, capítulos, en los que el escritor existencialista nos deja caer una cascada de pesimismo, pero es un pesimismo similar al de Schopenhauer, pero sin esa dureza característica del filósofo alemán, un existencialismo que redime de un peligroso “buenismo” y nos reconcilia con el aspecto más terrible y oscuro del mundo, al contrario de lo que suele pensarse, el pesimismo fortifica gracias a un vitalismo muy realista.

Este pesimismo de Ernesto Sábato golpea directo al lector. “Sí, escribo esto sobre todo para los adolescentes y jóvenes, pero también para los que, como yo, se acercan a la muerte y se preguntan para qué y por qué hemos vivido y aguantado, soñado, escrito, pintado o, simplemente, esterillado sillas”.

A los ochenta y seis años, quizá en el punto más alto de su madurez emocional e intelectual, Sábato recomienda: “Lean lo que les apasione, será lo único que los ayudará a soportar la existencia” y sintetiza las etapas de la vida, los hechos fundamentales de la existencia: el nacimiento, el amor, el dolor y la muerte.

Dentro de estas páginas de claroscuros, de consejos para solucionar estas crisis de vida, el genio sudamericano comparte ese importante pilar de vida, su matrimonio con Matilde. “Una de esas reuniones se hizo en la casa de Hilda Schiller, hija del geólogo alemán Walter Schiller. Ella había formado un grupo de chicas que llamó Atalanta, a las que aleccionaba desde el deporte hasta la historia y la literatura. Allí, una jovencita me escuchó con sus grandes ojos fijos, como si yo —pobre de mí— fuese una especie de divinidad. Aquella muchacha era Matilde”.

Con toda esa pasión descriptiva en Antes del Fin, el multipremiado escritor comparte la importancia de esa compañera de vida quién, en momentos, pareciera sumisa por aceptar, sin exaltarse, la decisión de alejarse de la ciencia para dedicarse a la expresión artística con todo lo que esto conlleva, de manera principal, a lo económico. “Me mudé a un lejano rancho sin el servicio de agua corriente”.

Como remate, como un esfuerzo de subrayar el motivo de este ensayo, Ernesto Sábato, como una gran ola que se estrella con gran fuerza contra un rompeolas, grita al lector: “No quiero morirme sin decirles estas palabras. Tengo fe en ustedes. Les he escrito hechos muy duros, durante largo tiempo, no sabía si volverles a hablar de lo que está pasando en el mundo. El peligro en que nos encontramos todos los hombres, ricos y pobres”.

Y como si necesitara asirse de otro grande de las letras, recuerda a Kierkegaard, quien afirmó que tener fe es el coraje de sostener la duda. “Yo oscilo entre la desesperación y la esperanza, que es la que siempre prevalece. Cuando es el resultado de la profunda crisis espiritual de nuestro tiempo”.

La nación