En defensa de la educación superior libre

Enero 2022

Javier Brown César

La Nación

“La Universidad tiene un claro destino social: lograr en cada uno de sus momentos ese fruto complejo y riquísimo en su heterogeneidad, que es la cultura; divulgar lo más ampliamente que sea posible, los frutos culturales alcanzados en la investigación y en el estudio, y dar a la comunidad técnicos bien preparados que se encarguen de sus servicios”. Con estas claras palabras Manuel Gómez Morin comenzaba el importante ensayo “La Universidad de México: su función social y la razón de ser de su autonomía”.

Docencia, investigación y difusión se han consolidado como las funciones sustantivas de la educación superior, las cuales demandan un complejo entramado de principios y supuestos estructurales: libertad de cátedra, suficiencia presupuestaria, instalaciones adecuadas, plantilla docente capacitada, disponibilidad de anexos y bibliotecas, gestión democrática, etcétera. La universidad es una conquista civilizatoria única en la historia de occidente, sus aspiraciones por formar en saberes amplios y universales definen su nombre y naturaleza.

El logro de la autonomía universitaria significa la culminación de aspiraciones y anhelos, en cuya base están ideales como la inclusión, la pluralidad, la diversidad, la tolerancia, la crítica y la apertura. Como bien decía el fundador de Acción Nacional con respecto a la autonomía: “En su forma más alta de libertad de investigación y de crítica, resulta impuesta por la naturaleza misma de la Universidad, por el fin que a esta institución corresponde en la sociedad, por el carácter de su trabajo”.

Como rector de la máxima casa de estudios, don Manuel se enfrentó a los intentos de los gobiernos identificados con la ideología del nacionalismo revolucionario, de imponer un modelo educativo único, unidimensional. Para ello, el entonces presidente interino de México, Abelardo L. Rodríguez buscó ahorcar presupuestalmente a la universidad, con fines de secuestro político de un proyecto educativo que era nacional libre y plural. El joven rector, quien en 1933 comenzó su encomienda, logró defender y consolidar la autonomía universitaria, consolidando una institución que al día de hoy es orgullo nacional por su apertura y carácter incluyente y diverso.

Todo proyecto político que se pretende hegemónico busca que el sistema educativo se convierta en una maquinaria ideológica al servicio de mitos y mentiras, de historias manipuladas y de doctrinas importadas. Eso fue lo que sucedió el 13 de diciembre de 1934, cuando se publicó la reforma constitucional que hacía obligatoria la educación socialista. En su Informe a la Nación de 1940, el fundador de Acción Nacional fustigó esta aberración constitucional: “el Artículo 3o Constitucional, su Ley Reglamentaria y la acción concreta de los funcionarios de Educación, sí están destinados a atacar, y actualmente atacan, las convicciones religiosas, la libertad de pensamiento filosófico, la unidad de la familia y la conservación de su peculiar y venerado perfil en México, las prerrogativas esenciales para la dignidad de la persona humana, el decoro del magisterio y su capacidad para cumplir la altísima misión social que le está encomendada, y la libertad espiritual indispensable no sólo para toda obra real de cultura, sino para la constitución y la vida mismas de la Patria”.

Desde muy joven, Gómez Morin abrazó el ideal de una universidad libre, autónoma, tal como lo escribió en 1917 en un texto del periódico El Universal: “la existencia de la Universidad con recursos que le proporcione el Gobierno de la Federación, pero libre en su régimen interior, no sólo es constitucional, sino que, además, es el ideal al cual debe tender la instrucción pública superior en todos los países civilizados”. La relación del oriundo de Batopilas con la educación universitaria devino histórica: fue un activo promotor de la inclusión de materias económicas y sociológicas en los planes y programas de estudio; sugirió la creación de una institución de educación tecnológica en el norte del país que a la postre sería el Tec de Monterrey; ayudó con los planes de estudio originales del Instituto Tecnológico Autónomo de México, y destacó como maestro y guía de generaciones.

Los principios de doctrina de 1939 recuperaban ésta viva tradición de defensa de la educación superior como un plexo de instituciones abiertas, libres, plurales e incluyentes: “La libertad de investigación y de opinión científica o filosófica, como toda libertad de pensamiento, no puede ser constreñida por el Estado. La libertad de expresión no puede tener otros límites jurídicos que los impuestos por el interés nacional, por las normas morales y por el bien común”. Y más adelante se agregaba: “En el cumplimiento de este deber el Estado no puede convertirse en agente de propaganda sectaria o partidista, y la libertad de enseñanza ha de ser garantizada sin otros límites por parte del Estado, que la determinación de los requisitos técnicos relativos al método, a la extensión y a la comprobación del cumplimiento del programa educativo mínimo o concernientes al otorgamiento de grados o títulos que capaciten para ejercer una profesión o una función social determinada”.

Como en tantos otros aspectos de la vida nacional, quienes fundaron Acción Nacional tenían una visión clara y auténticamente progresista de la educación superior. No en balde, a la fundación del nuevo Partido asistieron ex rectores, ex directores de facultades y ex universitarios que, reunidos en torno a la figura de Manuel Gómez Morin, ratificaron su convicción de la importancia de la educación superior libre, autónoma. La autonomía es precisamente un pilar fundamental de la universidad, ya que ésta “ha tenido como sentido positivo el hacer que se plantee más claramente la misión de la Universidad; el hacer gravitar conscientemente sobre los universitarios mismos la vida de la Institución y el cumplimiento de su fin; el mantener despierto un sentido de responsabilidad en todos los que la forman, y el volver imperante en la vida universitaria el generoso y elevado impulso que corresponde a las formas sociales fundadas en la aceptación de un deber y no en la imposición coactiva de una norma”.

La plena autonomía, la suficiencia presupuestal y la libertad de cátedra en las instituciones de educación superior son supuestos fundamentales para que la universidad se constituya en una oferta de libertad a partir del compromiso desinteresado con la verdad, con la objetividad, con el progreso tecnológico y con el conocimiento científico. Vista así, la universidad se convierte en un auténtico modelo de convivencia humana que anuncia ya, otros ámbitos más complejos de convivencia. Lo que el fundador de Acción Nacional quería para su querida universidad es un sueño y un anhelo que cada generación tiene el deber de mantener vivo, para que así, la universidad se consolide como “una alta Institución, disciplinada, limpia, capaz de una clara labor, de tal modo que en vez de ser espejo que refleje con mezquindad aumentada las cosas que pasan fuera, sea… una antorcha que ilumine un poco los caminos de la República”.

 

Twitter: @JavierBrownC

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