La política como actividad moral

Octubre 2022

Javier Brown César

La Nación

El núcleo, la esencia de la política es su moralidad. Como toda actividad humana, las decisiones y omisiones en el ámbito político tienen un impacto directo e innegable en la vida de las otras personas: son moralmente calificables en todo momento; no hay inocencia en política, ni acciones sin efecto.

Don Miguel Estrada Iturbide, insigne fundador y pilar de la organización del PAN en Michoacán, pronunció una conferencia en el Frontón México, espacio fundacional del Partido, cuyo título fue “La Política debe ser una actividad moral”.

Las tesis vertidas por Estrada Iturbide apuntan al meollo de una problemática añeja que todavía es la nuestra: la política y la moral quedaron históricamente desvinculadas durante siglos. Esta desvinculación desnaturalizó las ideas que dieron origen a la teoría política y que encontramos tanto en Platón como en Aristóteles.

Los filósofos griegos no concebían a la vida política alejada de lo que llamaron ética, la ciencia de los actos humanos. Platón enfatizó de forma destacada la necesaria formación en la dialéctica, arte supremo para llegar al mundo de las ideas, para quien aspirara a gobernar. Dos ideas rectoras fungen en el pensamiento platónico como supremas ordenadoras de la actividad del gobernante: el bien y la justicia.

En Aristóteles, la política es antecedida por el estudio de la ética. De ahí la tesis que el fundador del PAN revitaliza: “La política debe ser una actividad eminentemente moral… No podemos concebir la política como algo absoluto, autónomo, independiente del orden, de los valores sociales. La concepción de la política como algo absoluto, autónomo, independiente y fundamental, que es en lo especulativo un error muy grande, acarrea en la práctica las más deplorables consecuencias para la convivencia humana; porque equivale a suponer que la política no es humana. En otros términos, equivale a privar a la política de su esencia propia, como es la esencia humana”.

Cuando la política es privada de su esencia, que es de índole moral, se convierte en una actividad infrahumana: “Si considerarnos la política como algo sustraído al orden moral, desde ese mismo momento la estamos considerando como sustraída al orden de la actividad humana; en términos muy duros, equivale a hacer de la política una cosa infrahumana”.

La superioridad de la política sobre cualquier actividad humana ha sido una tesis fundamental en la doctrina de Acción Nacional. Ya Efraín González Luna, otro insigne fundador, había sostenido la tesis del primado del orden político. La política, a su vez, es concebida en la Proyección de Principios de Doctrina 1965 como una “actividad humana indispensable y superior”.

Ante nosotros aparece también la idea clara del irrenunciable deber político y de la finalidad propia de la política, dos ideas que también se han dejado de lado. En primer lugar, como ya lo afirmaba González Luna, la raíz de todos los males es la deserción del deber político; en segundo lugar, la política tiene un fin que no está en sí misma, ni en la consecución, mantenimiento y acrecentamiento del poder.

La política es un medio, el mejor que nos hemos dado las personas, para coordinar la acción colectiva, elegir a autoridades que lleven a la comunidad al bien común, y distribuir tareas y beneficios. La política, a decir de la Proyección 1965 debe establecer “un orden dinámico que permita, en las circunstancias históricas concretas, la conservación y el incremento del bien común”. La política es además “capacidad y obligación de servir” a la persona y a la comunidad. Ya desde Aristóteles se postulaba el principio fundamental de que quien manda, primero debe aprender a obedecer. Esta idea ha llegado hasta nosotros como un principio consumado, que fue expresado de forma por demás clara por Apiano de Alejandría: “Es necesario primero ser remero antes de intentar gobernar el buque”.

Más allá todavía, la política tiene la doble dimensión de ser una capacidad y de responder a un mandato, a una obligación. La capacidad política exige contar con cualidades de mando, sin duda, pero principalmente con impecabilidad e incorruptibilidad éticas. Ya lo decía San Justino: “La corrupción de los mejores es la peor de todas”. Y si realmente la política es una actividad desarrollada por quienes son más capaces para conducir los asuntos del Estado, entonces su corrupción es una atrocidad, un mal que destruye la esencia misma de la política.

Pero además, la política es deber irrenunciable, como claramente lo vio González Luna. Alberto Ling Altamirano, en sus cursos de mística, nos decía que ante una tarea difícil de emprender, como sin duda es el quehacer político, las personas podrían optar por mejor dejar pasar la oportunidad de ejercer un deber, pero si otras personas piensan igual, nadie actuaría. De ahí que la política no sólo requiera de la virtud de la prudencia para deliberar sobre los medios adecuados para alcanzar fines valiosos, también se necesitan ingentes dosis de valor, esa virtud que lleva a emprender lo arduo, lo difícil e incluso lo que parece imposible.

Citemos de nuevo a Estrada Iturbide: “Nosotros, desde hace cuatro años, venimos precisamente afirmando que en política no todo está permitido; que hay muchas cosas que en política no pueden ni deben hacerse, por la sencilla razón de que son ilícitas, inmorales y contrarias al orden ético. Nosotros reafirmamos hoy este principio. Si la política es actividad humana, y evidentemente ha de serlo, debe ser sometida a las normas éticas, porque no existe actividad humana propiamente dicha que pueda substraerse al imperio de las normas éticas”. Con ideas como estas, el gran michoacano sostenía, en la mismísima sede de la fundación del PAN, cuatro años después de la Asamblea Constituyente, una tesis que debe estar en la mente, en los corazones y en el alma de todas aquellas personas que quieran hacer política desde Acción Nacional: la política, sin ética, se convierte en una actividad infrahumana.

 

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