El Reino Unido

Diciembre 2022

Julio Faesler Carlisle

La Nación

La decisión que el gobierno británico tomó en 1973 de formar parte de la Unión Europea resultó de un arduo proceso iniciado hace varios años. Que difíciles son las negociaciones para establecer acuerdos regionales, lo sabemos de sobra en México: ALALC en 1961, la adhesión al GATT en 1985 y en 1984 el TLCAN, el Acuerdo de Cooperación con Europa en 1997.

Los británicos, conocidos por su orgullo nacional, no aceptaron fácilmente firmar el Tratado de Roma. Su participación en la Comunidad Económica Europea (CEE) fue siempre inquieta y crítica por insistir en conservar sus modos de vida en lo particular y en lo social.

Desde el principio el camino no fue fácil. Muchos hechos han afectado la vida británica. Olas de inmigrantes, especialmente de antiguas colonias, injertaron nuevas costumbres en lo cotidiano, haciendo a un lado costumbres y hábitos tradicionales. Hasta el mismo gobierno ha cambiado de aspecto con un alcalde de Londres que es musulmán y con diputados de origen asiático o africano. El ejemplo más reciente es nada menos que el del Primer Ministro, Rishi Sunak, de origen indio, millonario, yerno de uno de los hombres más ricos de India, Narayana Murthy, fundador y dueño de Infosys, una de las consultorías más respetadas del mundo.

La sociedad conoció nuevos modelos de convivencia, aprendió niveles más llanos de autoevaluación para poder aceptar el paulatino descenso del Reino Unido de su histórica imagen imperial, que después de la II Guerra Mundial se vio deteriorada. La crisis del Canal de Suez en 1956, cuando se alió con Francia para oponerse a la nacionalización decretada por Gamal Abdel Nasser, presidente de Egipto, terminó en un fracaso que marcó el fin de la superioridad política de las potencias europeas. La Guerra de las Malvinas, en 1982, donde Margaret Thatcher venció a los generales argentinos sería el último zarpazo del temido león británico. Y, por último, la retirada de Gran Bretaña de Hong Kong en 1997 se vio como otra disminución de poder.

Hace sólo dos años los británicos tuvieron que pasar por la irreflexiva decisión del Primer Ministro, David Cameron, de poner a referéndum el que el Reino Unido se quedara o se retirara de la Unión Europea. La inesperada aprobación, por pequeño margen, afectó la estabilidad psicológica nacional.

Al entrar el Brexit en efecto el 31 de enero de 2021, el país sacrificó una parte de su concurso mundial. Libre ya de los exigentes dictados de Bruselas, los británicos tuvieron ahora que dedicarse a remodelar el enjambre de reglamentos comunitarios vigentes. Surgió en Irlanda, por primera vez, el incisivo problema aún sin resolver del intenso intercambio de mercancías que por primera vez encontraban una frontera aduanal entre la Irlanda, república independiente y miembro de la Comunidad Europea de 27 países, y la otra Irlanda, parte del Reino Unido, ya no en Europa. Y para colmo, hoy en día se maneja el supuesto del retiro de Escocia de la Comunidad Británica de Naciones, claramente planteado ante el Parlamento de Edimburgo. Todo erguido como una incómoda complicación que muchos dudan de haber sido necesaria.

La salida de la Unión Europea fue y sigue siendo traumática. Las cosas no han ido bien. Se ha perdido influencia financiera y son varios los bancos importantes que se han regresado al continente como el Deutsche Bank y el HSBC. Aunado a lo anterior, la libra esterlina se debilita y sufre los efectos de la inflación.

Gran Bretaña, con su salida de la CEE, ve esfumado su predominio mundial y pierde rumbo. La consecuencia natural es afianzar su añeja “relación especial” con su ex colonia Estados Unidos y sumarse a su propuesta de hegemonía mundial. Su posición de ser uno de los cinco miembros con poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU es su ventaja más visible.

El PAN puede tomar en cuenta estos y otros datos para valorar el marco en que se presenta nuestra amistad con el Reino Unido. Los intercambios económicos y comerciales están activos y las inversiones británicas en minas, ferrocarriles y servicios financieros son importantes, ascendiendo actualmente al son de 471 mil millones de dólares. El Reino Unido es el octavo inversionista directo de México.

Hay mucho que podemos aprovechar en la ilimitada gama de facetas que esa relación ofrece como crear empresas binacionales que produzcan para ambos mercados nacionales, además de apretar lazos científicos y culturales. Las perspectivas para un futuro gobierno panista o de coalición, desde ahora, debe ser prepararnos para abrirlas y realizarlas.

 

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