Kazajstán: de república soviética al moderno siglo XXI

Enero 2022

Julio Faesler Carlisle

La Nación

Partiendo de una sociedad de nómadas e independiente desde 1465, Kazajstán pasó en 1936 a formar parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Noveno en el mundo por su territorio de 2,724 millones de kilómetros cuadrados, más grande que Europa Occidental o México, su población actual es de más de 16 millones. Desaparecida la URSS el 8 de diciembre de 1991, Nursultan Nazarbayev, su líder popular, declaró la nueva independencia de Kazajstán. Estados Unidos fue el primer país en reconocerla.

Nazarbayev, la figura política central en esa primera etapa, ya octagenario y notoriamente enriquecido, renunció hace tres años dejando como presidente a Kassym Jomart Tokayev, ex canciller y primer ministro. Hoy, el país se encuentra en el crucero de intereses contrapuestos difíciles de compaginar. Lo respalda Vladimir Putin, presidente de Rusia, empeñado en restaurar el brillo de antiguas glorias zaristas, teme también que la presente inestabilidad del gobierno aboque en la llegada de otro con simpatías occidentales.

La posibilidad es clara. Las grandes inversiones norteamericanas en los recursos petroleros han ido alterando la fisonomía de la sociedad que tiende hacia modelos de vida muy diferentes a los tradicionales. Nuevas costumbres incorporan nuevos gustos y hábitos occidentales, y demandas populares.

Un inesperado aumento, el año pasado, en el precio de gas provocó una severa reacción general que el presidente Tokayev suprimió con fulminante rapidez recurriendo a la Organización para la Seguridad Colectiva, heredera del Pacto de Varsovia. Su aliado, Putin, despachó a miles de soldados rusos, “guardianes de paz”, instruyéndolos a tirar a matar a los manifestantes. La Unión Europea y Estados Unidos demandaron a Tokayev rescindir su drástica reacción, advirtiéndole lo difícil que será lograr el retiro de esas tropas extranjeras.

La situación que sigue sin resolverse se complica con las realidades geopolíticas que involucran a Europa, Rusia, China y Estados Unidos. Tanto la vigencia del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares como los acuerdos de no proliferación de armas de destrucción masiva que el país ha suscrito hasta el grado de renunciar a misiles nucleares, son prioridades de primer orden para todos.

Washington ha mantenido activas sus relaciones con Kazajstán. Empresas norteamericanas como Chevron, Exxon y Mobil tienen miles de millones de dólares invertidos en la explotación petrolera en esa región, que es evidente que Rusia quiere controlar como un instrumento de presión hacia Europa y Estados Unidos.

La creciente importancia de Kazajstán como exportador de petróleo y gas, además de minerales como uranio, la enlaza, es el caso de otros ex miembros de la Unión Soviética, al azaroso juego del gran ajedrez de intereses mundiales muy superiores a sus respectivas capacidades estructurales.

Al atraer inversiones extranjeras, Kazajstán se familiariza con el modelo de libre mercado capitalista con su típica mala distribución de riqueza e inequidad social que ya reventó. Algunos observadores proponen abrir relaciones económicas y comerciales con todo el mundo, a fin de acabar con los rescoldos de la Guerra Fría.

No es fácil hacerlo. Kazajstán tiene largas fronteras con China de 1,300 kilómetros y 7,500 con Rusia, y sus intercambios económicos y políticos con esas dos naciones son estratégicos. Kazajstán es además una presencia importante en la vida de Afganistán, que el año pasado cayó en manos de los Talibanes.

Análogo al problema que México tiene con la migración centroamericana hacia Estados Unidos, así como la población mexicana en ese país, Kazajstán también sufre algo parecido con millones de sus ciudadanos que viven en Xinjiang, China, y millones de Uyghurs chinos que viven en Kazajstán. Todos estos movimientos étnicos transfronterizos requieren ser resueltos.

La ubicación estratégica de Kazajstán, el país mediterráneo más grande del mundo, lo hace objeto de los países hegemónicos. Es el caso de las ex repúblicas soviéticas y los intereses occidentales que sólo saben centrarse en explotar recursos naturales de alta demanda internacional. A su vez, China perfora a Asia Central con su ambicioso programa de comunicación terrestre, que es parte de la Ruta de Seda.

A las raíces históricas y después soviéticas de Kazajstán se añaden las opciones del capitalismo empresarial norteamericano. La lucha por preservar la sustancia cultural depende del grado de independencia en un escenario regional revuelto y problemático.

El caso de México es distinto. Nosotros no tenemos relación por el momento más que con un solo vecino. Las intenciones chinas son eventuales y se perfilan en su rivalidad con Estados Unidos. Nuestra tarea en el PAN es fortalecer nuestra identidad cultural y concepto de bienestar. Ningún partido político mexicano debe distraerse de ello.

 

Julio Faesler Carlisle es integrante del Consejo de Plumas Azules.

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