Migración

Mayo 2023

Julio Faesler Carlisle

La Nación

En 2020 nada menos que 272 millones, cerca del 4 por ciento, de 8 mil millones de la creciente población mundial eran migrantes. El tema de migración no es novedad para nosotros. Nación mestiza por excelencia, México es fusión de dos polos étnicos, por lo que la emigración de mexicanos hacia Estados Unidos ha sido un hecho constante. En 2021 ya éramos 10.6 millones de mexicanos residentes ahí, igual al 3.2 por ciento de su población. Las remesas de nuestros compatriotas son parte muy sustancial de los ingresos foráneos de México.

Hoy, sólo en Ciudad Juárez más de 11 mil migrantes de todas las nacionalidades y más de 15 mil en Tijuana, están instalados en condiciones en extremo precarias, esperando ser admitidos en los Estados Unidos como residentes o al menos como trabajadores, conforme a estrictas reglas de admisión recientemente cambiadas. A partir del pasado 8 de mayo se aplica el Título 8 del reglamento en vigor más severo. El resultado es la inmanejable aglomeración en ciertos puntos de nuestro país y para el que logre pasar la barrera ilegalmente, la deportación, no a su país de origen, sino simple regreso a México donde las consecuencias sociales, familiares y económicas hacen de la situación un problema político.

Nuestro gobierno ha convenido con el de Estados Unidos impedir la migración hacia ese país de las olas de gentes que llegan a nuestra frontera sur, para lo cual destaca a miles de guardias nacionales para cerrar la frontera sur a los que quieran transitar al norte atenidos a magras estancias oficiales o a la caridad de entidades privadas.

En el declarado afán por atacar las verdaderas raíces de la migración, los Estados Unidos han anunciado programas para el desarrollo económico y social particularmente de Guatemala, El Salvador y Honduras. Al no tener un programa específico que atienda el tema, el gobierno mexicano ha buscado aprovechar los ofrecimientos norteamericanos para favorecer los programas sociales de la 4T. El trato que damos a los migrantes es abandonarlos a su suerte, dispersos por toda la República, o alojarlos en las míseras estaciones del Instituto Nacional de Migración, órgano que depende de la Secretaría de Gobernación en coordinación con la de Relaciones Exteriores, y que es el encargado de atender la corriente de emigrados de todas las procedencias imaginables, que llegan principalmente por nuestra frontera con Guatemala.

Es motivo de vergüenza nacional el lamentable trato que dispersamos a los migrantes que atraviesan nuestro país pidiendo comprensión y ayuda de toda clase. El migrante es un problema serio para el país que lo recibe como en Europa o Estados Unidos. La emergencia migratoria actual es más seria para México, cuya respuesta oficial es confusa, sin más que improvisaciones erráticas de cooperación con las políticas también confusas de agencias norteamericanas. Peor aún ha sido la suerte de los inmigrantes con un presidente mexicano que empezó por alardear una apertura migratoria humanitaria, pero que acaba bloqueando accesos a centroamericanos y demás poblaciones.

El colmo del drama que padecen los inmigrantes, como los hondureños, que se organizan en largas marchas por cientos de kilómetros, hacia destinos donde son objeto de desprecio y agresión, tanto de norteamericanos como nuestros. A lo anterior, hay que añadir los constantes asedios de grupos mafiosos que secuestran y asesinan a migrantes que están sin protección de policías ni del Ejército. Muchos casos han sido difundidos en la prensa internacional.

En 1951 se fundó la Agencia de Migración de la ONU para promover mediante la Agenda de Desarrollo Sostenido la incorporación de migrantes como factores del progreso nacional. Su trabajo se combina con entidades públicas, como Cruz Roja, o privadas como las congregaciones religiosas las Hermanas de la Caridad de Teresa de Calcuta.

Un comité formado con representantes de los tres países miembros del T-MEC para monitorear estos hechos sólo emite recomendaciones. Desde hace décadas, los acuerdos con Canadá para organizar trabajadores agrícolas temporales han sido un modelo a seguir. Hace tiempo hemos buscado cómo aplicar con Estados Unidos ese exitoso sistema de inmigración temporal canadiense.

Pero en el mejor de los casos la asimilación social de migrantes toma décadas. La asimilación en México de poblaciones extrajeras no latinoamericanas viene a cuento en los grupos de sirio-libaneses, alemanes, franceses o chinos. La de la población coreana es más reciente.

El proceso de asimilación supone cursos de introducción y familiarización a las costumbres y usos y leyes nacionales, de idiomas y asesoramiento para incorporarlos en actividades productivas. Los programas de los partidos políticos deben estar atentos a los hijos de las familias.

En cualquier país los inmigrados forman parte de la personalidad nacional y se convierten en promotores agrícolas, industriales, tecnológicos y factores del desarrollo nacional. De no entenderse así, en el sexenio 2024–2030 la migración, aunque sólo por razones demográficas, será un problema creciente.

El PAN debe participar activamente en los comités y grupos que están definiendo el carácter de la administración próxima que se aspira encabezar. Al PAN le corresponde aportar al complejo problema migratorio la visión de largo plazo que falta y las recetas de acción que urgen hoy.