CDU o la política racional frente a los mitos

Septiembre 2022

Fernando Rodríguez Doval

La Nación

Los pasados 9 y 10 de septiembre, la Unión Cristiano Demócrata (CDU) de Alemania llevó a cabo su trigésimo quinto congreso nacional, el primero que se hace de forma presencial en tres años. Más de mil delegados de todo el país se dieron cita en la sajona ciudad de Hannover para discutir reformas a sus estatutos y comenzar formalmente los trabajos para definir un nuevo manifiesto programático.

La CDU es el gran referente mundial para los partidos humanistas, demócrata-cristianos, populares y de centro-derecha. Fundado en junio de 1945, a lo largo de su historia ha tenido liderazgos muy importantes e inspiradores, como Konrad Adenauer (el fundador del partido), Ludwig Erhard (padre del milagro económico alemán de la posguerra), Helmut Kohl (gran impulsor de la reunificación alemana) o Angela Merkel (quien gobernó Alemania durante dieciséis años). Actualmente, la CDU se encuentra en un proceso de renovación, después de pasar a la oposición tras las elecciones del año pasado.

En una parte de su discurso, el nuevo líder de la CDU, Friedrich Merz, hizo una reflexión acerca de la identidad cristiana del partido. Merz aseguró que esto va más allá de la religión específica que pueda tener cada uno de sus militantes o dirigentes, sino que está relacionado con la imagen que tienen de la persona, como ser libre y responsable, poseedora de una eminente dignidad. Pero, además, tiene que ver con que, a decir de Merz, “en algún lugar de nuestro interior sentimos que hay una autoridad superior a la nuestra, y que quizá en este mundo sólo damos las penúltimas respuestas, y no las definitivas. Pero eso no nos debilitará en nuestra lucha y en nuestros esfuerzos por hacer todo lo posible por lograr una sociedad donde merezca la pena vivir, una sociedad más libre”.

La anterior deliberación tiene consecuencias muy hondas. Frente a esa izquierda dogmática que pretende responder mediante su ideología a todas las preguntas que abruman al ser humano, el demócrata-cristiano se presenta como alguien cauteloso, como alguien prudente, como alguien que sabe que la política no es el espacio para definir al hombre, sino el ámbito donde las diferentes concepciones sobre éste pueden dialogar en libertad y con respeto.

Otro destacadísimo alemán, Joseph Ratzinger, insistía en que el Estado no constituye la totalidad de la existencia ni abarca toda la esperanza humana, porque el hombre y su esperanza van más allá de la acción política: esto le quita un peso al político. Así, para el ilustre Papa bávaro, la fe cristiana se constituye en un antídoto contra el totalitarismo, porque cuando la fe es una esperanza superior decae, vuelve a surgir el mito del Estado divino, porque el ser humano no puede renunciar a la plenitud de la esperanza (véase la homilía del entonces Cardenal Ratzinger en Bonn, el 26 de noviembre de 1981).

Frente a la política mitológica, dos ilustres alemanes, uno desde el pensamiento y otro desde la acción, pero ambos desde una identidad cristiana, proponen una política racional y realista. Una política que no pretende crear modelos de ingeniería social o de felicidad utópica que después se impongan sobre la ciudadanía, sino una política que sabe sus límites, que apela a la mesura, que es consciente de lo que puede y de lo que no puede conseguir, pero que no pierde la esperanza de trabajar todos los días para generar un conjunto de condiciones que permitan a cada persona, en libertad, construir su futuro.

Esta visión reivindica la razón, pero no una razón tiránica capaz precisamente de diseñar mitos políticos, sino una razón que no cierra la posibilidad de ser iluminada por la fe para entender que los paraísos terrenales no existen, que la expectativa superior del hombre excede este mundo, que la esperanza mítica de un orden de cosas óptimo, inmanente y autárquico sólo puede conducir al ser humano a la frustración.

Por eso Friedrich Merz insistió también en que cada persona es responsable por sí misma. Que no se puede pensar la política desde colectivismos arcaicos donde la libertad se atomiza y la responsabilidad desaparece, como ocurre hoy, por ejemplo, con las políticas identitarias que reducen al individuo a su pertenencia a un determinado segmento de la población.

A partir de tales reflexiones, sólo queda desear éxito al proceso de renovación que, con valentía y sin exentar riesgos, ha emprendido la CDU alemana. Porque su éxito será también, en buena medida, el de todos aquellos partidos que han decidido tomarla como referente indispensable.

 

Fernando Rodríguez Doval es Secretario de Estudios y Análisis Estratégico del CEN del PAN.

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