El tiro por la culata

Abril 2022

Humberto Aguilar Coronado

La Nación

Entre el 10 y el 17 de abril, en un lapso de siete días, el presidente López Obrador ha sufrido dos contundentes derrotas y visto naufragar dos de sus banderas centrales. El domingo 10, Domingo de Ramos, recibió los resultados del ejercicio de revocación de mandato con la terrible noticia de que la inmensa mayoría de los electores mexicanos no mostraron interés por participar en la jornada de votación.

Según los resultados dados a conocer por el INE, la revocación de mandato apenas pudo convocar al 17.77 por ciento de los electores inscritos en la Lista Nominal y de ellos, sólo el 16 por ciento votaron por la opción de que López Obrador concluya su mandato.

Tal como sucedió en el ejercicio de Consulta Popular del año pasado, que se presentó como alternativa para que la gente tomara la decisión de juzgar a algunos ex presidentes, el cálculo de Palacio Nacional volvió a fallar.

En aquella oportunidad apenas lograron que se interesaran en el ejercicio 8 por ciento del Listado Nominal, por lo cual queda claro que ambos ejercicios fallaron en su propósito más importante para Morena y el gobierno: resultaron un rotundo fracaso en el propósito de confirmar el apoyo popular a la figura y las propuestas de Andrés Manuel López Obrador.

En la consulta para juzgar a ex presidentes 92 de cada 100 mexicanos rechazaron la invitación a participar, en el ejercicio de revocación de mandato 82 de cada 100 mexicanos ignoraron el proceso.

Más allá de las muchas lecturas estadísticas y aritméticas que se han divulgado con motivos de esos resultados, me parece que es indiscutible que la intención del presidente de la República al promover estos ejercicios fue rotundamente derrotada.

El presidente apostó por un tema al que juraba que le exprimiría enormes dividendos, basado en su convicción de que las y los mexicanos tenemos un enorme resentimiento hacia quienes ejercieron el cargo de titular del Poder Ejecutivo Federal.

Debe haberse llevado una enorme decepción al observar el escasísimo interés que despertó su consulta, y debe haber sufrido una enorme frustración al darse cuenta de que todas las cabriolas que tuvieron que hacerse para que la Corte y el Congreso diseñaran la pregunta, no sirvieron para nada pues, en el fondo, López Obrador no logró movilizar el odio que él suponía sentíamos los mexicanos.

Si falló la apuesta al odio, tal vez podría funcionar la apuesta al cariño. Para ello, nuevamente, fue necesario que la Corte y el Congreso repitieran maromas e inventaran nuevas, con tal de que la pregunta de la revocación de mandato fuera desnaturalizada y quedara convertida en una ratificación de mandato totalmente alejada del espíritu constitucional.

Calcularon que se movilizarían millones de almas para ratificar su apoyo a López Obrador, se quiso aprovechar el viaje para lastimar el afecto que los mexicanos sienten por el INE, apostando a que cada voto en favor de la ratificación del presidente significara un castigo a la gestión del INE.

Se instrumentó una estrategia de asfixia presupuestal y se lanzó una campaña de comunicación de descrédito hacia los Consejeros Electorales, apuntada de manera particular a Lorenzo Córdova y a Ciro Murayama.

La decepción y la frustración del presidente deben haber alcanzado niveles alarmantes al conocer los pobres resultados de participación en la consulta de revocación.

Falló el intento de movilizar basado en el odio; falló el intento de movilizar basado en el cariño; falló el intento de lastimar el prestigio, la reputación y los niveles de aceptación del Instituto Nacional Electoral que, bajo una presión política jamás experimentada y con severas limitaciones presupuestales, cumplió cabalmente con su deber y dejó una clara muestra de su capacidad y profesionalismo y, por ello, del enorme valor institucional y político que significa como parte de nuestro capital democrático.

Quedaba una apuesta por jugar: la movilización basada en el nacionalismo, lanzada desde la propuesta de volver a nacionalizar el servicio de energía eléctrica como en los tiempos de López Mateos.

Apostar por el nacionalismo como mecanismo para relanzar la búsqueda del apoyo popular, exige contar con enemigos; esos enemigos deben ser percibidos como ajenos al cuerpo de la nación y sus intereses deben ser percibidos como contrarios a los del pueblo; para ello, el gobierno de López Obrador decidió convertir a las empresas extranjeras y a los empresarios en los enemigos naturales del pueblo.

Seguramente en el librito la estrategia estaba clara; ha funcionado de maravilla durante mucho tiempo a los más diversos tipos de gobierno, de derechas, de izquierdas, francamente fascistas o comunistas.

La discusión de la reforma constitucional para volver a nacionalizar la industria eléctrica fue colocada en el calendario para que sucediera una semana después de la jornada de revocación, pues contaban con la certeza del aplastante apoyo al presidente.

Otro fracaso rotundo. Por primera vez en la historia de México, la Cámara de Diputados rechaza una propuesta de reforma constitucional que proviene del Ejecutivo Federal.

La amenaza nacionalista no alcanzó para intimidar a los partidos de oposición que, con arrojo y decisión, rechazaron la reforma de manera contundente.

Pero, además, esta vez el tiro sale por la culata. En lugar de generar los apoyos que el presidente esperaba, tanto la revocación (y la amenaza de modificar la Constitución para cambiar la estructura del INE), como la propuesta de Reforma Constitucional en materia eléctrica, han generado una enorme movilización de apoyo ciudadano.

Sólo que no es en favor del presidente, sino de los partidos de la alianza “Va por México”.

 

Humberto Aguilar Coronado es Diputado Federal en la LXV Legislatura de la Cámara baja.

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