En defensa de la ética pública

Septiembre 2021

Javier Brown César

La Nación

La política sin ética se convierte en una actividad baja, sólo apta para oportunistas, mediocres, improvisados, tiranos y bandidos. La ética es la base natural de la actividad política, tal como lo postuló Aristóteles: “como nuestros antecesores dejaron sin investigar lo relativo a la legislación, quizá sea mejor que lo examinemos nosotros”. Estas palabras están ya casi al final de la más importante obra de filosofía moral del genio de Estagira: la Ética a Nicómaco y preludian el estudio de la política.

En el orden de estudio de la filosofía aristotélica, propuesto por Santo Tomás de Aquino, los tratados sobre ética anteceden a los de política. El orden inverso no era ni siquiera considerado, aunque sea hoy el más favorecido. ¿Cuántas vocaciones hemos perdido, cuántos talentos se han destruido, por no prepararlos adecuadamente para la alta responsabilidad de la vida pública?

Capacitar futuros líderes políticos en el burdo y estéril pragmatismo puede llevar a destruir a la misma política. De ahí que Platón, en su celebrada y criticada República, propusiera una formación brutal para quienes habrían de conducir los asuntos públicos: “Así como se lleva a los potros adonde hay fuertes ruidos y estruendos, para examinar si son asustadizos, del mismo modo se debe conducir a nuestros jóvenes a lugares terroríficos, y luego trasladarlos a lugares placenteros. Con ello los pondríamos a prueba mucho más que al oro con el fuego, y se pondría de manifiesto si cada uno está a cubierto de los hechizos y es decente en todas las ocasiones… conduciéndose siempre con el ritmo adecuado y con la armonía que corresponde, y en fin, tal como tendría que comportarse para ser lo más útil posible, tanto a sí mismo como al Estado”.

Ante la tentación recurrente de sólo formar a las nuevas generaciones en habilidades técnicas como la retórica y la negociación, debemos oponer la imperiosa necesidad de formarlas en ética y doctrina, para que toda habilidad adquirida tenga el sólido cimiento de principios y valores morales, que sean una coraza contra la corrupción, y un piso firme para la congruencia, la decencia, el decoro y la incorruptibilidad.

Hoy los hechizos platónicos tienen una nueva forma: la adulación, la dádiva, la corruptela, la opacidad, ante los cuales las nuevas generaciones deberían sentir al menos horror e idealmente desprecio y abierta repugnancia. Estamos hoy de nuevo como en aquellos tiempos que Gómez Morin describió con serena agudeza, en su mensaje a la Asamblea Constituyente, el 14 de septiembre de 1939: “México pasa por una época de especial confusión y los problemas tradicionales, trágicamente intactos, se agravan con problemas nuevos de extrema gravedad; y porque una pesada tolvanera de apetitos desencadenados, de propaganda siniestra, de “ideologías” contradictorias, de mentira sistemática, impide la visión limpia de la vida nacional”.

Cuán similares son esos viejos días a los de hoy. Cuánta confusión hay en la vida pública y cuánta necesidad de regresar a los ideales de limpieza y orden impulsados por quienes fundaron Acción Nacional. Decía el oriundo de Batopilas al concluir su mensaje: “El Comité Organizador… da por cumplida en esta forma su misión, que ha consistido principalmente en reunir voluntades y en juntar las manos de muchos hombres limpios, honradamente preocupados por el porvenir de México, por la ordenación justa y fecunda de la sociedad mexicana. La condición previa para que aquí pueda formarse una agrupación ciudadana vigorosa, clara, libre, está cumplida”.

Claridad, libertad, limpieza, vigor, orden, justicia y sentido de misión, son parte de esa semántica original, fundacional, que durante décadas ha dado identidad y sentido a la acción política desplegada por el PAN. El reto mayúsculo que enfrentamos es el de hacer frente, una vez más, a una ética desvinculada de la política, reducida a mínimos y al ámbito privado de las personas.

El apetito por el poder es mucho más grande hoy que el hambre de perfección y servicio. Repetimos hoy aquella vieja historia de Damocles ante el Dionisio I Tirano de Siracusa que tan amenamente relata Cicerón en sus Tusculanas: “Damocles, le mencionaba [a Dionisio] en una conversación sus riquezas, su poder, la grandeza de sus dominios… ¿Quieres tú, Damocles, puesto que te agrada tanto esa vida, gustarla tú mismo y probar mi fortuna. Habiendo respondido él que lo deseaba, ordenó que lo pusieran en un lecho de oro… e hizo que le prepararan varias mesas con vajillas de plata y oro cincelado… En medio de todo este aparato, Dionisio hizo descender del techo una espada resplandeciente, que estaba sujeta por una crin de caballo, de manera que pendiese sobre el cuello de este hombre feliz”. Al final, Damocles no soporta la espada y suplica al tirano que le permitiera irse.

La historia de la espada de Damocles tiene un fin moral que Cicerón resumen así: ¿No te parece que Dionisio ha mostrado con claridad suficiente que no puede haber felicidad para el hombre que se halla amenazado siempre por algún temor? Y temor y horror deberían sentir quienes se atreven hoy a vaciar las arcas públicas y a gobernar con base en intereses personales que van en contra del interés nacional.

Qué vergonzoso es ver hoy a personas dedicadas a la política, que disfrutan impunemente de bienes mal habidos, resultado del latrocinio, la exacción y el robo, todo como consecuencia de un Estado que ofrece impunidad a algunas personas; el Estado hoy parece desaparecer detrás de facciones mezquinas que sólo buscan su beneficio privatista a partir de la ordeña incesante, criminal y cínica de los recursos públicos.

La degradación de la vida pública es escandalosa, la ciudadanía no soporta ya más ver el latrocinio, el abuso, el uso faccioso de instituciones y la utilización criminal de recursos públicos para beneficiar a grupúsculos. Estamos ante la urgencia de defender la ética en la vida pública. Sin la unión virtuosa de ambas ciencias -ética y política- la degradación de nuestra vida pública será incontenible y regresaremos a aquellos tiempos que Manuel Gómez Morin denunciaba en su luminoso ensayo 1915: “infortunadamente no solamente han existido oscuridad intelectual y desorientación política. También son parte de estos años un terrible desenfreno y una grave corrupción moral”.

 

Twitter: @JavierBrownC

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