Xi Jinping y Putin en Samarkanda

Septiembre 2022

Julio Faesler Carlisle

La Nación

Mientras en México se batalla a diario con la inseguridad institucionalizada, al otro lado del mundo Xi Jinping, de China, y Vladimir Putin, de Rusia, se reúnen como “grandes potencias” en la legendaria Samarkanda para acordar como cumplir con la compartida responsabilidad que sienten de ofrecer paz y orden a un mundo “caótico e inestable”.

Fundada en 2001, la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) incluye a India, Kazajstán, China, Kirguistán, Rusia, Tayikistán, Pakistán, Uzbekistán, como observadores Afganistán y Belarús, Irán y Mongolia, mientras que Armenia. Azerbaiyán, Camboya, Nepal, Sri Lanka y Turquía son asociadas. La Organización representa el 25 por ciento de la población mundial y 60 por ciento del área total de Asia y Europa. En esa cumbre, la República Islámica de Irán expresó su entendimiento para formar parte de la agrupación. Además de Xi Jinping y Putin también asistieron Recep Tayyip Erdogán de Turquía y Narendra Modi de la India.

La cumbre de la OCS fue la primera oportunidad de encontrarse para los jefes chino e indio desde sus enfrentamientos fronterizos. Para los líderes chino y ruso lo fue desde la operación especial militar rusa contra Ucrania.

China debía mostrar su influencia en el mundo y Rusia su política de tender más nexos asiáticos. El presidente ruso quiso ampliar la asociación estratégica con China y Xi Jinping afirmó estar dispuesto a unirse a Moscú para grandes cambios en el desarrollo sustentable mundial.

Es sabido que Putin tenía que consolidar su imagen y prestigio en un mundo que le es generalmente adverso por su invasión a Ucrania. No logró la solidaridad diplomática que buscaba ni en China ni con la India. Más bien se notó un aumento de influencia china a costa de Rusia y se revelaron nuevos giros geopolíticos en Asia Central. El presidente de Kazajstán rechazó los argumentos rusos, ni reconoció repúblicas separatistas de Donbas y se manifestó en contra de la intervención de cualquier país en asuntos internos de otro.

Si China opta por un enfoque equilibrado en cuanto a Ucrania, negándose a condenar la operación militar de Rusia en Kiev, pero dejando en claro su oposición a las sanciones occidentales contra Moscú y éste, a su vez, apoya firmemente a Pekín en el contexto de la escalada de tensiones con Washington tras la visita a Taiwán (China) de la importante diputada norteamericana Nancy Pelosi, las relaciones entre Moscú y Pekín, pese a sus desacuerdos, observan una marcada profundidad y sintonizan con objetivos estratégicos recíprocos, especialmente en lo que respecta a la inhibición de la influencia de los Estados Unidos de América en territorio europeo.

La cumbre de la OSC en Uzbekistán propició la muy importante oportunidad para que la República Popular de China mostrase su influencia en el mundo y que la Federación Rusa reafirmara su política de incentivar los nexos con Asia, ahora que se han tensado las relaciones con Estados Unidos.

Hace tiempo Rusia y China se desvincularon de su común pasado marxista-leninista. Metamorfoseados ahora en sus sui generis capitalismos “democráticos” de partidos únicos, están resueltos a conquistar con armas económicas, ideológicas y militares una hegemonía planetaria.

Para Putin era la oportunidad de demostrar que aun condenado por invadir Ucrania, su nación es activa en el escenario internacional, incluso, para explorar nuevos mercados y proveedores de artículos que ya no puede importar desde Europa. Xi, por su parte, propalaba su imagen, previo al vigésimo Congreso del Partido Comunista Chino en octubre.

El que China se proponga impartir con Rusia orden y equilibrio mundial, contrasta rudamente con el trato que da a los Uigures, que por musulmanes son discriminados, perseguidos y encerrados en establecimientos especializados en “reeducarlos” y así borrar su identidad nacional conforme a una truculenta política mil veces denunciada en organismos internacionales de derechos humanos. En lo económico y comercial, China es el principal autor del caos que denuncia al desarticular mercados y violar reglas de la OMC, lo que motiva innumerables reclamaciones judiciales.

El grandioso programa de Ruta y Franja, eje de la estrategia hegemónica china, toca a más de 70 países. Su versión terrestre llega hasta Europa y enhebra antiguas naciones soviéticas, afectando proyectos rusos. La faceta marítima rivaliza con las responsabilidades que India siente tener en las rutas que enlazan Asia con Europa. Las tensiones en esos mares juegan con los de Estados Unidos, que tiene viejas obligaciones con Japón o Tailandia.

En cuanto a Rusia, su criminal invasión a Ucrania, cuna milenaria de su admirada cultura, justificada para recordarle al pueblo con “ejercicios militares” que es parte inseparable de Rusia. La lección ya excede miles de muertes civiles y militares. La reacción de occidente ha sido de apoyo solidario con Ucrania. La recuperación de territorios ocupados por Rusia será el duro castigo a la soberbia de Putin, que el pueblo ruso habrá de confirmar con el rescate electoral de su honor nacional.

La jactanciosa declaración chino-rusa desde Samarkanda de ofrecer un nuevo orden mundial de equilibrio y estabilidad fue una fantasía del confuso diorama del mundo en el que nosotros, los mexicanos, tenemos que navegar.

A este inextricable escenario habrá que añadir otra imaginaria: AMLO presentará ante la Asamblea General de Naciones Unidas la propuesta de crear un comité, integrado por el Papa Francisco, el Secretario General de la ONU y el Primer Ministro de la India, Narendra Modi, que organice la tregua total, la mayor y más universal, que resuelva la violencia por cinco años, en todo el mundo, empezando por la guerra en Ucrania. Le tregua se extendería a todo el mundo… se exceptúa la que el no pudo conjurar en casa.

 

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