Verástegui: pasión en los espejos de la fe

Septiembre 2023

Francisco J. González Alvizo

La Nación

Eduardo Verástegui es un fenómeno de aspecto multifacético. Igual se encuentra comprometido con movimientos próvida, siendo un destacado abanderado (rosario en ristre frente a sus cientos de seguidores en redes sociales) como inmerso en el mundo cinematográfico de corte apostólico, principalmente, y muy recientemente como debutante en la política nacional tras su registro como aspirante a candidato independiente para dirigir el destino del país a partir del 2024, contando con la bendición nada menos que de aquél a quien se le ha querido considerar como el adalid a nivel planetario en la defensa de la vida (en abstracto), no obstante su contrastante desprecio (en concreto) por los migrantes latinos en EE.UU., y quien ahora enfrenta diversas acusaciones ante la justicia de su país por actos poco edificantes, Donald Trump.

No deja de ser encomiable y digna de imitación la labor tan válida como necesaria que lleva a cabo en la promoción y defensa del nasciturus, o desde el cine en favor de menores víctimas de la trata. No es cosa menor, máxime si se considera el ambiente del cual proviene: ese mundo del espectáculo decidido en buena medida por los irónicamente denominados derechos reproductivos de la mujer que se reducen a la práctica del aborto; asunto que pretende darse por finiquitado y que por lo mismo no amerita más su revisión desde el tamiz de la razón. Una lucha en circunstancias notoriamente desiguales con el costo que a nivel personal le ha significado es digna de ser reconocida y estimada en una sociedad indiferente y relativista donde la posición más sencilla pasa por adoptar el parecer de la mayoría, cancelando toda sospecha sobre la verdad.

Sin embargo, el que Verástegui lleve a cabo una labor indispensable y que en las condiciones de una sociedad posmoderna resulte cuando menos ejemplar, no le habilita como la persona idónea para ser presidente en el 2024 como un grupo menor, pero importante en la coyuntura que vive el país, con mucho romanticismo empieza a promoverlo.

México atraviesa por un momento de definición de gran calado. La transformación que lleva a cabo Andrés Manuel ha significado en los hechos un gran retroceso y todavía una amenaza en distintos órdenes: democracia, estado de derecho, salud, seguridad, educación, combate a la corrupción, etcétera. La continuidad en la ruta del autoritarismo y su consolidación, son por todo el proyecto del autócrata de Palacio Nacional cuya ejecución corresponderá en los siguientes años a su ungida y mandataria Claudia Sheinbaum.

En este complicado escenario y sin ser advertida surge Xóchitl Gálvez como candidata de la oposición, que no solamente logra aglutinar a la diezmada y poco satisfactoria gama de partidos políticos tradicionales adversos a Morena y despertar esperanzas genuinas en un gran sector de la población, sino que tiene la virtud de arrebatar el elemento emocional manejado con maestría indiscutible por el tabasqueño, como lo ha hecho ver Ivabelle Arroyo, que poco entienden los demócratas ortodoxos. Xóchitl se vuelve así la única opción viable que puede enfrentar la elección de narcoestado que estaremos enfrentando próximamente con el apoyo de la ciudadanía descontenta.

Pero hay otro sector, aunque menor, para quien Xóchitl no cumple con el requisito de limpieza de sangre, quedando deslegitimada para ser merecedora de su celoso voto. Un sector que con inquina (a veces simplemente por desinformación y mucha ingenuidad) la tilda de comunista, no obstante, la contundente evidencia que muestra lo contrario, y que la mira como una cabeza más del mismo demonio de la política, un demonio de corrupción encargado además de sembrar la cultura de la muerte. Ese demonio será en lo venidero el artífice de las leyes que aseguren la implantación victoriosa del aborto entre otros males y por tanto nada bueno hay que esperar de ella.

Para estos Verástegui viene a ser ese san Jorge que enfrentará, junto con los hombres y mujeres de buena voluntad, al dragón maligno hasta someterlo de una buena vez y restaurar la grandeza, la belleza, el bien y la verdad. Es aquél que ha venido (como vino antes el prócer de la 4t) a separar los buenos de los malos, los justos de los que no lo son, los partidarios de la vida contra los de la muerte y a dividir nuestro mundo en uno en blanco y negro. Como populista -de signo cristiano en este caso-, vino a exigir definiciones: o con Dios (y por tanto conmigo, su humilde dignatario) o contra Él.

La política nunca será tarea sencilla: exige en primer lugar realismo y prudencia por parte de todos. Las decisiones, en consecuencia, deben partir de las circunstancias particulares rectoras que demandan siempre ser evaluadas con cuidado, siguiendo el sabio apotegma de Ortega y Gasset. La reducción de la realidad a categorías binarias limita la capacidad de su comprensión, de suyo compleja, invisibiliza los valores y propuestas de aquellos otros que no están en comunión perfecta con nuestra causa, y degrada la responsabilidad tan grave que implica la elección de un gobernante, terminando en la mayoría de las ocasiones en un alto costo para los pueblos.

Quizás Xóchitl sea menos santa que Verástegui, pero no es la candidata del comunismo ni de las de pañuelo verde como estas personas la quieren pintar. Para quien busca la verdad con honestidad, antes debe revisar su trayectoria, sus convicciones y los valores (sus grandes valores) que alimentan su mirada y sustentan sus propuestas. Esa también es obligación moral.

La nación