La ética en el uso de los datos

#LaNación4cero

Diciembre 2024

Gerardo de la Cruz Alegría

La Nación

La historia demuestra que cada avance tecnológico trae consigo desafíos para el ser humano en su búsqueda de mejorar las condiciones de vida. Los datos, en este caso, han dejado de ser sólo un avance tecnológico para convertirse en la gasolina de un mundo cada vez más conectado. Como dice el dicho: la información es poder. Y este no es la excepción. Desde las aplicaciones que nos guían por las rutas más rápidas, como Waze y Google Maps, hasta los algoritmos que nos sugieren contenido, los datos están en el centro de todo.

Recuerdo cuando descargué Waze por primera vez (una aplicación de GPS). Al inicio, me pareció inservible, pues dependía totalmente de los datos que los usuarios generaban al usarla. Fue una curva de aprendizaje, tanto para los usuarios como para la propia aplicación, que necesitaba retroalimentación constante para funcionar mejor. Con los años, Waze mejoró tanto sus predicciones que, desde mi perspectiva, superó a Google Maps.

Algo similar sucede con plataformas como Netflix o Spotify, cuyos algoritmos predicen lo que queremos ver o escuchar con base en nuestras preferencias y reproducciones. Sin embargo, esto nos lleva a una pregunta crucial: ¿cómo garantizar que la tecnología respete la dignidad de las personas y tenga un impacto positivo?

Uno de los grandes problemas del procesamiento masivo de datos es que los algoritmos, lejos de ser completamente objetivos, reflejan los sesgos de quienes los diseñan y los datos con los que se entrenan. Para ser claros, un algoritmo es una serie de pasos o instrucciones para resolver un problema o realizar una tarea, como una receta de cocina. Y al igual que perfeccionamos una receta ajustando la sal o los ingredientes, los algoritmos se ajustan con base en los datos que reciben. Si los datos están sesgados o mal diseñados, los resultados serán injustos.

Por ejemplo, en Estados Unidos, un algoritmo que evaluaba el riesgo de reincidencia en delitos asignaba puntuaciones más altas a afroamericanos que a personas caucásicas, perpetuando estereotipos raciales. Este tipo de errores no son simples fallos técnicos; tienen consecuencias reales y graves para la vida de las personas.

En países como China, el uso de sistemas de reconocimiento facial para monitorear a los ciudadanos ha convertido a la tecnología en una herramienta de control. En México, aunque el contexto es distinto, enfrentamos amenazas similares, como los ataques contra órganos autónomos clave como el INAI, que protege nuestra privacidad y garantiza el acceso a la información. Perder estos contrapesos no sólo es preocupante, es peligroso.

Todavía estamos a tiempo de tomar decisiones importantes. Reforzar la Ley Federal de Protección de Datos Personales es una necesidad urgente, ya que la tecnología avanza mucho más rápido que las regulaciones. Si no actualizamos el marco legal, corremos grandes riesgos. También es fundamental que las empresas y los gobiernos actúen con responsabilidad y transparencia.

La transparencia es clave. Muchos sistemas operan como “cajas negras”: conocemos los resultados que generan, pero no cómo llegan a ellos. Esto nos deja con dudas: ¿estas plataformas están utilizando información que invade nuestra privacidad? Resolver esta desconfianza requiere procesos abiertos y accesibles que las sociedades deben exigir.

Como ciudadanos también tenemos una responsabilidad. Cada me gusta, cada búsqueda, cada comentario genera datos valiosos que son utilizados por empresas y organizaciones. Por ello, informarnos sobre temas digitales debe ser una prioridad, sólo así podremos tomar decisiones conscientes que protejan nuestra privacidad y derechos.

Es necesario encontrar un equilibrio entre innovación y regulación. Regular no significa detener los avances tecnológicos, sino garantizar que estas herramientas sirvan para todos. Los datos no son sólo números, son fragmentos de nuestras historias, preferencias y derechos. Ignorar esto sería un error monumental.

El Big Data no es bueno ni malo en sí mismo. Todo depende del uso que le demos. Si actuamos con responsabilidad, podemos construir una sociedad más justa y equitativa, pero si permitimos que esta revolución tecnológica avance sin control el costo será mucho más alto que nuestra privacidad.

La nación