Tiempos interesantes

Diciembre 2024

Javier Brown César

La Nación

Dicen que la frase “Espero que te toquen vivir tiempos interesantes” es en realidad una maldición antigua. Y vaya tiempos interesantes que nos tocó vivir: ante nuestras miradas atónitas se desmoronan las viejas certezas, las añejas instituciones de la modernidad se colapsan como castillos de naipes y el nuevo amanecer no termina de darse.

El Estado ausente

La modernidad y sus instituciones se están colapsando ante nosotros. El Estado nacional entró en una profunda crisis de legitimidad y funcionalidad. Incapaz de garantizar una mínima seguridad en varias grandes naciones, la justificación moderna de su existencia ha sido dinamitada. Hoy el Estado es una maquinaria fiscal extractiva que no conoce límites y es un aparato de seguridad que antes de proteger a las personas, se protege de ellas.

Los sistemas de salud y educativo, heredados de la modernidad, viven momentos críticos provocando un desamparo generalizado y una innegable pérdida de esperanzas. La ciudadanía ve con perplejidad que el aparato gubernamental es incapaz de proteger sus vidas y propiedades, y se muestra impotente ante la ilimitada demanda de servicios de salud y educativos de calidad.

De estas fallas del Estado los gobiernos irresponsables, improvisados, corruptos y cleptócratas han sido causantes fundamentales. En las democracias, la ciudadanía considera que las fallas gubernamentales son fallas del proceso democrático y buscan un gobierno de mano dura que resuelva sus problemas apremiantes. Muy amplios sectores sociales siguen buscando la mano caritativa del caduco Estado de bienestar y esperan con impaciencia el protector abrazo paternal del Estado, aún convertido en lo que Carlos Castillo Peraza llamó Ogro Antropófago, un auténtico Saturno devorando a sus hijas e hijos.

 

Desigualdad

La prosperidad planetaria no ha llegado a todos. Los procesos de integración comercial y el mundo de las redes generan cada vez más condiciones de marginalidad, exclusión y segregación. La famosa frase en psicología “infancia es destino” se convierte prácticamente en mandato o destino manifiesto para la mayor parte de la población: nacer pobre para inmensas mayorías no es otra cosa que una condena para seguir siendo pobre.

La realidad de una parte de la población viviendo de los excesos y la lógica del gasto interminable, contrasta con innumerables mayorías que día a día saben que el mayor logro es llevarse un alimento a la boca, tener un techo, beber agua limpia y estar protegidos de la intemperie. Las bases de los sistemas democráticos se están viendo erosionadas por amplias capas de la población que, a decir de don Manuel Gómez Morin: “Mientras… consuman lo mejor de su vida y de su energía en librarse de los más bajos dolores –de la miseria, de la opresión-, será imposible que logren alcanzar propósitos superiores e ideales más altos”.

Innumerables personas y sus familias viven al día y sólo les queda como último aliento la esperanza. Estas personas ven con ilusión a aquellos líderes que son capaces de devolverles sus sueños y esperanzas. La expresión novelada de tan ominosa situación la reflejó Gabriel García Márquez en su novela El coronel no tiene quien le escriba. El argumento resume la realidad de millones: un coronel veterano de la guerra apenas sobrevive en su casa esperando que al ir cada viernes a la oficina de correos se confirmará su pensión. Al final, lo único que le queda es su esposa, un gallo y el hambre evidente y atroz.

La ira, a decir de Peter Sloterdijk, es la primera palabra pronunciada en Occidente. Y así fue en el famoso inicio de la Ilíada de Homero: “Canta ¡o Musa! la furia de Aquiles, el hijo de Peleo”. Estamos en una era de ira global. El resentimiento se alimenta todos los días de una profunda sensación de injusticia. Millones dicen: ¿por qué él o ella sí y yo no?, ¿por qué me pasa esto a mí? En la Plataforma 1979-1982, Acción Nacional afirmaba que, “si la justicia es la fuerza que une a la sociedad, la libertad es la fuerza que la hace avanzar”.

La condición de injusticia permanente destruye la solidaridad, dinamita las relaciones de amistad y genera un profundo resentimiento social. Gradualmente, la ira, el odio, el coraje se apropian de millones, quienes son fáciles víctimas de los nuevos demagogos: populistas que ofrecen auténticos golpes de timón o soluciones fáciles de entender, pero imposibles de poner en práctica. Se trata de populistas que se hacen cargo de los miedos elementales de las personas los cuales, a la vez que alimenta, convierten en esperanzas y sueños. Y así combaten los miedos: el miedo a no realizar los sueños, el miedo a un futuro cancelado, el miedo a no tener medios de subsistencia, en fin, el miedo al más cruel e irracional desamparo.

 

Desamparo

Populistas y movimientos de todo cuño apuestan por, en lugar de reconstituir al Estado, dinamitarlo en sus cimientos, para que un grupúsculo mafioso enquistado en el poder se alimente de las ruinas, mientras deja a inmensas mayorías en el más cruel y brutal desamparo. No sólo es la soledad la que se adueña de millones en un mundo de redes anónimas, en medio de un enjambre insondable y en un laberinto sin salida ni hilo, lo es también la posibilidad inminente de ver cancelado un futuro, con todo lo que esto conlleva: la muerte de sueños y esperanzas.

La añeja protección dada por el Estado ha desaparecido. Ese Estado moderno que trató, por todos los medios, de desplazar y de asumir a plenitud la vocación espiritual de las iglesias para ofrecer cuidado a las personas enfermas, solas o mayores, fracasó debido a su asepsia y lejanía, y a su incapacidad de ofrecer cuidados. La quiebra del Estado de bienestar en muchas naciones se acompañó de la erosión de su legitimidad como garante de la seguridad: así, el gran monstruo Estatal ha sido incapaz de brindar protección a amplias mayorías y ha terminado condenando a la soledad y la desesperanza a millones.

Ningún programa social y menos aún las políticas asistencialistas de los gobiernos clientelares podrán tener éxito en proteger del desamparo: el Estado es una maquinaria distante, carente de mística de servicio y de sentido de trascendencia. Las personas desamparadas ven con esperanza a quienes les prometen y a quienes les dan, pero esta “solución” sólo implica la permanente vida en esclavitud. Vivimos tiempos interesantes, sin duda, de ahí la urgencia del humanismo y la necesidad de volver a pensar al Estado, a la política y al bien común, asumiendo con seriedad la dignidad humana, esa que hoy nadie parece respetar pero que es la base de toda sociedad que se precie de serlo.

 

X: @JavierBrownC

La nación