Aguilar Camín: la ciudad en y desde la literatura
Abril 2022
Carlos Castillo
La Ciudad de México como escenario de la literatura, como ese sitio donde la imaginación instala historias y desarrolla tramas de vida, ha sido explorada desde la tradición novelística moderna desde una variedad de ángulos que permite recorrer sus calles y sus habitaciones, sus esquinas y sus mesas, sus pasos sobre las aceras y las luces de sus farolas, y trazar con esas líneas el mapa de dos rutas: la de la propia ciudad cambiante, y la de la misma historia de la literatura mexicana.
Aparecen así las plazas aledañas al zócalo capitalino envueltas de la bruma nocturna que flota en los versos de Villaurrutia, en los de Octavio Paz; las tradiciones que sometieron, acallaron pero no bastaron para recluir la obra de Sor Juana Inés de la Cruz; las transformaciones urbanas fruto de cambios sociales, económicos políticos y culturales: la ciudad como crisol de culturas, dolores e injusticias, nombres arcanos y ritos arcaicos, que es la obra –hoy tan abandonada– de Carlos Fuentes; los laberintos de excesos, olvidos y abandonos que recorrió, describió, imaginó y vivió Roberto Bolaño, chileno de nacimiento pero exponente preclaro de que la literatura puede ser por sí misma una nacionalidad…
Dos rutas que se entrelazan y que no cesan de reflejarse y repetirse, diálogo de vidas que desde la fantasía, la anécdota propia o la llamada novela histórica, captura un instante de esa energía vital que recorre y distingue a cualquier megalópolis de nuestro tiempo. Dos rutas por las cuales es posible también rastrear aquellos hechos que marcan para siempre la vida de cualquier ciudad: tragedias, celebraciones, sucesos y esa suma de eventos excepcionales que quedan como heridas o efemérides, marcas en la memoria colectiva.
Fantasmas en el balcón (Random House, 2021), de Héctor Aguilar Camín, se incorpora a esa tradición que toma la ciudad y sus barrios en un tiempo específico, que delimitado desde las primeras páginas por una fractura: la del Terremoto, metáfora que revela un punto de quiebre, un tiempo axial o un límite entre las cosas como siempre han sido y aquello que empezará a ser después, que aún no se configura pero que tiene en ese signo su punto de partida, que es también punto final.
Ese antes ocurre en una casa aledaña a un parque capitalino de jacarandas desbordadas, y lo vive un grupo de jóvenes que amanecen a una etapa de rebeldía y descubrimiento, de encuentros que configuran destinos y tejen lazos de amistad como sólo se puede durante esa edad en que el acompañarse, el solidarizarse y el descubrimiento del mundo se convierten en fines en sí mismos: sin mayor futuro que lo inmediato, pero haciendo de esa inmediatez la trama de una historia compartida.
Y esa historia es, de nuevo, también la de una ciudad que asiste desde sus calles, sus fachadas y su silencio, a eventos que marcarán para siempre el devenir de un país: el movimiento estudiantil, la conciencia colectiva de que no todo podía seguir siendo como había sido, la suma de cambios –individuales y sociales– que modificarán para siempre la relación entre una ciudadanía y la autoridad… Esos llamados “parteaguas” que, en los años sesenta del siglo XX, venían precedidos de otros de mentalidad presentes ya en ese grupo de amigos refleja y que atentan, también, contra una sociedad construida a contentillo de un sistema autoritario, patriarcal, violento y vertical aún presente, a veces con indignante descaro, otras con sutil y desdén e indolencia, en buena parte de México.
Fantasmas en el balcón puede hallar su correlato, incluso ser antecedente, de otra obra de Aguilar Camín que es asimismo reflejo de un tiempo histórico trepidante y convulso: Un soplo en el río (Cal y Arena, 1997), donde ese impulso vital de la juventud conduce a la tragedia de quien abraza una causa y asume que incluso la vida propia o ajena debe estar a su servicio. Ese impulso vital, en la más reciente novela de historiador mexicano, toma en cambio el cauce de quien decide que es desde los medios de la ciudad, desde las leyes de la ciudad y desde los espacios que la propia ciudadanía ha construido cómo es posible impulsar cualquier cambio, proceso institucional de la inconformidad que en ciertos momentos de la vida asalta y llama a actuar.
Una historia de ciudad donde conviven, como en toda ciudad, una diversidad de historias que se entretejen, que conviven y se influyen, que se interrelacionan y se determinan en busca de franquear barreras, de salvar distancias y encontrarse en la pluralidad que permite e incluso, exige la propia ciudad para seguir siendo punto de reunión entre lo distinto, capacidad y voluntad de construcción común entre las y los diferentes.
Carlos Castillo es Director de la revista Bien Común.
Twitter: @altanerias