Angela Merkel: preservar el centro político
Diciembre 2021
Carlos Castillo
Son tiempos de polarización y demagogia políticas: las democracias padecen el ascenso de ofertas partidistas extremistas y radicales, al amparo de propuestas que convencen a electorados bajo argumentos que simplifican la realidad, dividen al mundo en “buenos y malos” y ofrecen, por ello, soluciones falsas, incompletas y el mayor número de veces francamente irresponsables.
Hay quienes ven en esa radicalización una estrategia exitosa, y lo es en tanto se entiende el éxito como un mero triunfo electoral, un aumento en el porcentaje de votaciones que, no obstante, se alcanza en detrimento de la propia calidad de la democracia, del enrarecimiento del debate público, de la demagogia y el simplismo; nada más apetecible a un demagogo que tener como contrincante a otro de su clase, porque esto por sí mismo ya es un triunfo de la polarización.
Un sistema político que deja de lado la complejidad de su propia arquitectura, de sus procesos y procedimientos, padece las características que Ortega y Gasset detalló como síntomas de la decadencia, y que consiste en reducir la complejidad a su mínima expresión. “Amaneramiento” fue la palabra que utilizó el filósofo español: quedarse solamente en las formas, en las maneras, renunciando a la profundidad de las ideas.
En ese entorno, cuyo origen podríamos datar a partir de la crisis económica de 2008, Angela Merkel logró trascender la trampa que condena a las sociedades a un clima de confrontación y facilita el ascenso del populismo. Y entendió muy a tiempo que el centro político era la ruta para construir un espacio de encuentro y acuerdos, que no se decreta y que se preserva desde la práctica, a partir de los valores democráticos y centrado, ante todo, en que la propia democracia genere resultados tangibles para las y los gobernados.
Un centro político desde el que convocó y dialogó cuando fue necesario, y desde el que ejerció una autoridad ganada a fuerza de ofrecer una ruta para enfrentar momentos críticos: la propia crisis financiera mundial, el terrorismo, la crisis de las fronteras europeas frente a migración, el ascenso populista en EEUU, Europa o la propia Alemania, el fin de la era de producción de energía nuclear en su país –tras la tragedia de la planta de Fukushima, en Japón, o la pandemia de COVID-19, entre otros tantos hechos y fenómenos sociales, económicos y políticos acaecidos desde hace 16 años, cuando comenzó su largo paso por la Cancillería alemana.
Merkel tomó decisiones complejas –como aquella de impulsar la acogida de migrantes en Europa– y asumió las consecuencias, a sabiendas de que hay momentos que trascienden el mero cálculo electoral para dar preeminencia a la dignidad humana, a la solidaridad y al bien común: valores de los que no es posible claudicar sin sacrificar el sentido fundacional de la Europa moderna, principios de la política y el pensamiento humanistas que desde la congruencia entre la teoría y la práctica la situaron como referente de liderazgo a nivel global.
¿Cómo fue que estas características personales y profesionales se desarrollaron en una mujer que nació en la Alemania de la posguerra, que realizó sus estudios profesionales bajo la sombra del dominio soviético antes de la caída del muro de Berlín, que se acercó a la política desde la Democracia cristiana de su país y, en particular, en la época que Helmut Kohl, a quien pronto desplaza para convertirse en 2005 en la primera mujer canciller de la República Federal Alemana?
Un acercamiento a ese recorrido lo hace Ana Carbajosa en el libro Angela Merkel. Crónica de una era (Península, 2021), en el que se detallan con precisión las distintas etapas de una biografía que ahonda desde los años de infancia y formación, su llegada a la política y la construcción de un estilo que destaca por su sobriedad, su efectividad al momento de construir acuerdos, los obstáculos que atravesó durante su ascenso, ya fuera como funcionaria de partido o en los distintos puestos ocupados en el gobierno, hasta llegar al máximo escalafón en el Ejecutivo alemán.
Bien vale la pena conocer la forma en que un perfil ajeno a la política, enfocado en la ciencia y la investigación académica, logró dar a la política occidental durante los últimos tres lustros un giro en el que destacan valores hoy poco vistos pero que, no obstante, marcan una diferencia real: la de la praxis política anclada en aquellos principios que permiten salir de los extremos para construir ese centro desde el cual es posible salir del populismo, de la demagogia, de la polarización que tanto daño hace a las naciones, a las sociedades, a las democracias.
Carlos Castillo es Director de la revista Bien Común.