El difícil camino de seguir los ideales frente a la realidad de la praxis
Septiembre 2022
Andrés Castro Cid
Jean-Paul Charles Aymard Sartre, mejor conocido como Jean Paul Sartre, fue un escritor, crítico y filósofo francés, además de un gran exponente de la literatura existencialista, corriente filosófica y literaria que, en resumen, analiza la existencia humana y enfatiza los principios de libertad y responsabilidad individual.
Un punto en común al que llegan los críticos literarios es que la obra de Sartre se centra en la infatigable búsqueda del otro, en la libertad en cuanto tal y en que los personajes de su brillante y basta obra difícilmente sobrepasan el umbral del estereotipo humano, de una frustrada estabilidad, lo que se refleja de forma brillante, pero tosca en Las Manos Sucias.
Las Manos Sucias es una obra de teatro compuesta de siete actos que centra la eterna discusión de la reflexión individual entre el ideal político, el deber ser y la improbable puesta en práctica de ello. Jean Paul Sartre expone mediante diálogos intensos esa disputa entre luchar por un sólido ideal o hacer lo que es útil para tomar sus objetivos que, en esta obra, es acceder al poder.
De igual forma, queda claro cómo se extrae entre cada párrafo, entre cada escena en la que se subdivide esta obra, ese sentimiento de totalidad dividida de aquella generación, esa sociedad afectada o atrapada por todos los problemas sociales, de decisiones y escisiones políticas que arrojó, en aquel momento, la Segunda Guerra Mundial.
Sartre expone todo ello en esta breve, pero densa obra que, en momentos, nos regala diversas reflexiones por medio de los diálogos entre los personajes, ideas y momentos que parecen arenas movedizas, pues engaña al lector, en un primer momento, de que no existe un punto de anclaje en esas disertaciones.
La trama se desarrolla en una región de Europa llamada Iliria, durante la Segunda Guerra Mundial, en donde el personaje principal se llama Hugo Barine, de familia adinerada, quien alcanzó su libertad tras cumplir una condena de cárcel por haber asesinado, contra su voluntad, a Hoederer, un dirigente partidista acusado, por sus propios camaradas, de traición; en esta lectura, también nos encontramos a Olga Lorame, pieza importante del Partido Comunista, el cual dirige Louis, otro personaje secundario, pero que adquiere cierta importancia al final de la obra.
La inigualable redacción del filósofo y pensador francés describe de manera sutil que todos los personajes viven y se reúnen casi en la clandestinidad, que mantienen una unión con motivo de la ocupación nazi, es decir, que en ese momento en el que se desarrolla la historia, los partidos hacían labores de política-revolucionaria, sus planes son considerados de “acción directa” y usaban a los camaradas, a los miembros del partido, según sus aptitudes y conveniencia.
Conforme el lector avanza en la lectura, surgen pistas sobre la psicología y el fin que tendrán un par de personajes, como es el momento en que Hugo Barine revela a un camarada que, dentro del partido, se le conoce como Hugo Raskolnikov, apellido que utiliza el protagonista de aquella novela rusa Crimen y Castigo, de Fiodor Dostoyevski.
Es importante mencionar que Rodion Raskolnikov, Crimen y Castigo, es un hombre nervioso, dotado de una gran inteligencia, obsesivo, que se ancla continuamente con los mismos pensamientos y con ansias de poder, y con este detalle de la psique de Rodion, Jean Paul Sartre ayuda al lector a entender el pensamiento de Hugo Barine, quien, al avanzar la lectura, desprende una personalidad sugestiva y misteriosa.
Hugo Barine mantiene una relación con una joven mujer de nombre Jessica, quien resulta ser su hermana y esta relación adquiere grandes momentos lúdicos durante la trama. Jessica es una mujer tratada con desprecio por los hombres con quienes llega a tener un diálogo, sin embargo, es una mujer inteligente e intrigante, que no deja de trasparentar su admiración por Hoederer.
En la parte central de la obra, Hugo se embarca en una serie de hechos con la firme idea de “hacer lo que el partido le mande” y lo acepta con el único anhelo de autoconciencia que, para Sartre, es la clave más profunda del ser humano.
Hoederer, hombre inteligente y hábil político, le cuestiona en un momento a su victimario: ¿qué quieres hacer del partido?, ¿una pista de carreras?, ¿de qué sirve afilar un cuchillo todos los días si jamás lo usas para cortar? Un partido sólo es un medio. Sólo hay un fin: el poder. En esta idea se destaca la ambigüedad moral dentro del compromiso político y el riesgo de comprometer los propios ideales.
El desenlace final de la obra lleva al lector de manera vertiginosa a empatarlo, quizá con una vivencia política propia, ya sea como espectador (ciudadano informado) o de quien haya tenido algún tipo de experiencia en la vida política de su comunidad.