La forja del líder
Noviembre 2021
Javier Brown César
Siempre será posible enseñar a ser líder en la teoría, pero no hay forma más eficaz de forjar líderes que con el ejemplo: las palabras convencen, pero son los ejemplos los que arrastran. Manuel Gómez Morin vivió en carne propia la adversidad: antes de cumplir un año de edad ya había perdido a su padre y en 1901 salió para siempre de la tierra que lo vio nacer: Batopilas.
El pequeño Manuel y su madre emprendieron un largo éxodo que terminó en la Ciudad de México, en medio de la devastación de la Revolución. Ya con 17 años el joven mostraba vena poética e intereses culturales. Del 4 de julio de 1914 data el poema que dedicó a la ocupación del Puerto de Veracruz: “publiquen con su voz fuerte y tronante/que aún existen los buenos mexicanos/y que entre ellos se encuentra el estudiante”.
El fundador de Acción Nacional recibió valiosas lecciones de los insignes ateneístas Alfonso Reyes, Antonio Caso y José Vasconcelos. De Caso aprendería que ley de la vida humana es la de la existencia como caridad: el máximo esfuerzo con el mínimo beneficio. Aprendió así que la vida valiosa se da en el medio de la dinámica humana marcada por la lucha, la tenacidad, la adversidad y el esfuerzo supremo.
En 1915 comenzaba su trabajo como escritor siendo redactor, corrector de pruebas y escribiente. Estos inicios desde las tareas más modestas encarnan a la perfección el ideal griego que postulaba que sólo sabe mandar aquél que primero ha aprendido a obedecer. Las inquietudes del joven estudiante lo llevaron a conformar, con un grupo de mexicanos ilustres una generación conocida como los siete sabios, en la que encontramos trayectorias notables en los ámbitos de la cultura, el derecho, la historia y la literatura.
Don Manuel se rodeó siempre de personas con las que pudo realizar el ideal de la amistad auténtica, tal como Aristóteles lo planteó en su ética: una amistad que más allá de lo placentero y lo útil, se basa en compartir lo mejor de cada persona, en generar un ámbito de encuentro en el que aparecen ámbitos de claridad, de realidad, que no se dan en la soledad.
La convicción profunda del oriundo de Batopilas, Chihuahua, era que la improvisación que prevalecía en la administración de los asuntos públicos es potencialmente devastadora. De ahí la necesidad de tener una auténtica visión de Estado, pilar fundamental de cualquier liderazgo político. Es vital para ello “tener un plan concreto, definido categórico de acción en la política interior y en la exterior. Que el gobierno sepa qué quiere hacer y cómo le va a hacer”.
En Gómez Morin encontramos una muy peculiar y virtuosa unión entre técnica y mística. Alberto Vázquez del Mercado, uno de los siete sabios se sentía intrigado por su “trasfondo de apóstol”, base de un indudable carisma que, combinado con una extraordinaria pericia técnica, llevaron al joven abogado a las altas esferas gubernamentales como secretario particular del ministro de Hacienda, Salvador Alvarado, y luego a la subsecretaría de Hacienda como su titular.
La experiencia con los gobiernos emanados de la Revolución fue dolorosa: las instituciones bancarias de vanguardia diseñadas por el joven y talentoso experto financiero fueron pronto pervertidas en sus fines e ideales nobles, convirtiéndolas en cajas chicas al servicio de negocios particulares. La renuncia a la presidencia del Consejo de Administración del Banco de México fue dolorosa y sin duda un aprendizaje significativo: el régimen no podía cambiarse por dentro, era necesario un cambio desde la alternancia, desde la oposición.
En 1926 concluía el notable ensayo 1915 en el que, a raíz de la confusión que prevalecía entonces en nuestro país, hacía un llamado a su generación para cambiar de forma definitiva el rostro de México. Es en este ensayo que plantea la necesidad de tener un criterio claro, objetivo y cierto para la acción política, y encuentra en el dolor el factor que une a todas las personas. Además del dolor como criterio propuso un método basado en la técnica: “íntima unión de realidad, propósito y procedimiento, de manera que en un solo acto espiritual el propósito elegido ilustre el conocimiento de la realidad, el conocimiento determine la elección del propósito y conocimiento e ideal entreguen los medios que deben utilizarse, determinen e impongan la acción, esto es lo que podemos entender usando la palabra técnica”.
Entre 1933 y 1934 al frente de la rectoría de la Universidad y ante al embate gubernamental para convertir a la máxima casa de estudios en una agencia ideológica, el joven rector defendió la libertad de cátedra y logró consolidar la autonomía universitaria. Las adhesiones que logró al frente de la rectoría fueron parte importante de quienes concurrieron a la fundación de Acción Nacional.
Quizá una de las lecciones más importantes del joven líder, es el énfasis que puso en la vitalidad de la organización de los asuntos públicos, como el antídoto natural de un régimen que basaba su actuación en la promoción de caudillos. Gómez Morin sabía que la experiencia caudillista podía ser desastrosa. Refiriéndose al ambiente que prevalecía en 1920 le decía a José Vasconcelos, en una famosa carta de noviembre 3 de 1928: “Si hubiera existido entonces, en vez de rebaño político de ocasión, una organización seriamente establecida, las cosas habrían pasado de muy distinta manera y no se habría perdido para México, en una nueva revuelta y en otros muchos accidentes semejantes, todo lo que se había ganado con anterioridad. Y lo mismo pasará siempre que el triunfo se organice sobre la base de un hombre o sobre la igualmente precaria de un entusiasmo que fundamentalmente nazca de valores negativos. Al día siguiente del éxito, la fuerza adquirida se desmorona y se convierte exclusivamente en un prestigio y en la inercia de la situación adquirida”.
Gran pecado del caudillismo es la improvisación de liderazgos de ocasión, cuya llama se extingue cuando se colapsa el movimiento que es la base de su organización. La necesidad de la organización no basada en individualidades llevó finalmente a la fundación del Partido Acción Nacional, consolidado como una institución con capacidad de vida, como “un motivo de elevación para la vida pública de México, un ejemplo de sinceridad, de examen sobrio y grave, de desinterés para aligerar este ambiente de mentira, de pasión personal que sobre nuestro país gravita; que en medio de los presagios de desastre que tienen abrumado al mundo, nos dé el alivio de comprobar la posibilidad de que los hombres puedan entenderse con lealtad generosa, al amparo de los claros valores del espíritu”.