Mujeres, mujeres
Marzo 2022
Cecilia Romero Castillo
Los hechos que dieron origen al 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer son varios, pero la coincidencia es la lucha por la reivindicación de los derechos de las mujeres. La Asamblea General de la ONU lo proclamó en 1977 y desde entonces conmemoramos ese día las luchas por la igualdad, la justicia, el desarrollo y la paz para las mujeres.
Mucho se ha avanzado en el largo camino para garantizar el reconocimiento de nuestros derechos, eliminar la enorme brecha existente en posiciones de poder, en salarios, en oportunidades, en acceso a la educación.
La lucha contra la discriminación ha congregado a las mujeres para alzar la voz. Desde la obtención del derecho al sufragio hasta la paridad en posiciones de representación, desde la implementación de las cuotas de género hasta la creación de fiscalías especializadas. Pasando por declaraciones, marchas, proclamas, convenciones, las mujeres de todos los signos hemos avanzado con tesón en busca de la igualdad.
No han faltado los obstáculos y los avances son aún insatisfactorios. Mención especial merece el gravísimo problema de la violencia contra las mujeres, esa herida lacerante que se ahonda en nuestro país cada vez que se comete un feminicidio y que adquiere tintes de tragedia cuando éste queda impune.
La conmemoración del 8 de marzo tiene por objetivo visibilizar este inmenso déficit y exigir respuestas efectivas a las demandas. Los logros obtenidos se nublan ante la falta de resultados en el combate a la trata y tráfico de personas, los avances en materia legislativa no se traducen en respeto irrestricto a los derechos de las mujeres y castigo ejemplar a los criminales.
A pesar de esta cruel realidad, hoy quiero ver el otro lado de la moneda, para inyectar energía y renovar ánimos. La influencia cada vez mayor que las mujeres tenemos en la cosa pública, el importante aporte femenino a la sociedad actual, la impronta femenina en profesiones antes reservadas para los hombres, la participación en todas las ramas del quehacer humano. Sería una gran injusticia el no reconocer estos logros.
Las mujeres hemos ido encontrando, en la maraña de posiciones antagónicas, espacios de coincidencia. Hemos aprendido que es mejor luchar por lo que nos une y discutir con seriedad y respeto aquello en lo que no coincidimos. Persisten posiciones radicales y debemos trabajar por encontrar las razones de fondo y retomar el diálogo desde un planteamiento sensato y sólido.
Hemos aprendido que no nos debe causar escozor hablar de feminismo y de sororidad, ni marchar vestidas de morado exigiendo justicia y alto a la violencia. Pero también debemos proclamar fuerte y claro que la maternidad es un don maravilloso y que la guarda de la vida corresponde de manera primordial a la mujer.
Sabemos que es imperativo exigir firmemente igualdad de oportunidades y también aceptar un piropo, unas flores, o un lugar en el transporte público. Mujeres y hombres, idénticos en dignidad y en derechos. Diferentes en naturaleza, en características, en inteligencia. Recíprocamente complementarios.
Somos orgullosamente mujeres, con nuestras propias características, debilidades y fortalezas, y las aportamos para construir, entre todos, la sociedad de hombres y mujeres libres a la que todos aspiramos.
Tenemos claridad en la exigencia de que se garanticen nuestros derechos y también asumimos la responsabilidad de cumplir nuestros deberes como miembros de la familia, la comunidad y la patria.
Reconocemos que las mujeres podemos hacer muchas cosas por nosotras mismas y somos capaces de conquistar grandes espacios, y también que una sociedad conducida por mujeres sería tan inequitativa como lo ha sido hasta hoy una conducida solamente por hombres.
Necesitamos mujeres empoderadas para superar las desigualdades y también alianzas entre nosotras, y con la otra mitad del género humano con quienes debemos construir un mundo mejor para todas y todos.