¿Por qué importa el caso de Britney?
Octubre 2021
Valeria N. Pérez
A finales de los años noventa, Britney Spears era conocida mundialmente como ícono adolescente. En el esquema mitológico del pop, Madonna era la reina que a través de la proyección de poder, autonomía y libertad provocaba lo mismo fascinación que escándalo, idolatría y seducción.
Britney era la heredera: la “princesa del pop”. Pero su estrategia era distinta a la de su antecesora: si Madonna era confrontativa y abiertamente sexual, Spears fluctuaba entre la inocencia y el erotismo. Como Madonna, proyectaba poder, pero también podía mostrarse cándida y dulce. Sus canciones y videos musicales eran programados con elevada frecuencia en los medios y su rostro se reprodujo en miles de revistas. Spears era una diosa mediática.
Luego vino el declive. Tras casarse con Kevin Federline y tener dos hijos, los medios de comunicación se encargaron de reproducir hasta el cansancio imágenes capturadas por los paparazzis donde se apreciaba a Spears de fiesta con otras dos figuras del espectáculo: Paris Hilton y Lindsay Lohan. Comenzaron a condenar que una madre consumiera carísimas botellas en clubes exclusivos, en vez de dedicarse día y noche a sus hijos.
En tiempos donde la información ya comenzaba a fluir imparablemente a través de internet, el mundo entero atestiguó la caída del ídolo provocado por el morbo paparazzi. Desde muy joven, Spears enfrentó cuestionamientos mediáticos referentes a su sexualidad, la condena por supuestamente haber sido infiel con su anterior novio, Justin Timberlake, quien no tuvo prudencia en revelar su vida sexual con la cantante y victimizarse con la canción Cry me a River.
Posteriormente, los señalamientos iban en contra de su manera de proceder con sus hijos, misma que se calificaba de irresponsable. Luego vino el divorcio de Federline y el tan conocido episodio donde la cantante se rapó frente a las cámaras y posteriormente la decisión de la Corte de Los Ángeles de declararla incapaz de hacerse cargo de sí misma y ceder la tutela a su padre, Jamie.
En síntesis, Britney Spears era una viciosa, una mala madre, una violenta que atacaba físicamente a los fotógrafos y una discapacitada mental que no era capaz de tomar decisiones propias, por lo que era necesaria la figura patriarcal para mantenerla bajo control. Fue necesario que pasara más de una década para que esta narrativa se desmoronara.
Diversos documentales y trabajos periodísticos han mostrado el otro lado de esa historia y han enfatizado la profunda violencia de género a la que fue sometida la cantante. El último de estos trabajos es el documental “Britney vs Spears”, dirigido por dos mujeres: la documentalista Erin Lee Carr y la periodista Jenny Eliscu.
Esta pieza se estrenó en Netflix la misma semana en la que una jueza de Los Ángeles suspendió la tutela de Jamie Spears sobre su hija.
¿Por qué importa la historia que narra este documental? No faltará quien critique el acto de realizar un documental sobre una mujer rubia, mundialmente conocida, rica y “privilegiada”; cuando la violencia de género se ejerce sistemáticamente hacia una población femenina mundial que ni es famosa, ni es rica, ni tiene una base de seguidores que se manifiestan en redes sociales y calles al grito de #FreeBritney
Sin embargo, si se hace a un lado este prejuicio y se analizan los temas que aborda el documental, se puede apreciar la fuerza con la que la violencia y opresión en contra de una mujer fue ejecutada y validada a partir de una narrativa ampliamente difundida y aceptada.
Si nos olvidamos un momento de que la figura central es Britney Spears, lo que se observa es la acción de todo un bloque, principalmente masculino y liderado por la figura paterna, que aprovechó el periodo de crisis emocional y psicológica de una mujer para destruir su autonomía y su libertad de decisión, amenazarla con que, si no acataba órdenes, no podría ver a sus hijos y extraer ventajas económicas a costa de la esclavitud laboral a la que fue sometida.
Para algunos, lo que ocurra con una figura del pop puede ser un tema banal. Sin embargo, la historia de Britney, vista e interpretada desde los ojos de otras mujeres (las directoras del documental, la jueza que tomó la decisión de liberarla de su padre), obliga a la reflexión sobre las repercusiones de un discurso misógino en la vida las mujeres. Un discurso que también permea las leyes y la medicina.
Si no se aborda la justicia y la salud mental desde una perspectiva de género, será común que la voz de las mujeres sea silenciada bajo argumentos opresivos y simplistas como “está loca”, “es mala madre”, “es libertina”, “es violenta”.