Reflexiones sobre el 8M
Marzo 2021
Adriana Aguilar Ramírez
Las marchas conmemorativas del Día Internacional de la Mujer, que ocurrieron en toda Latinoamérica el 8 de marzo del 2020, fueron de una magnitud histórica. En países como Chile, Argentina, Brasil, Ecuador y México decenas de miles de mujeres le devolvieron el sentido político y social a esta fecha, cuyo potente y original significado había sido olvidado durante décadas.
La verdadera esencia de esta fecha, que se vincula con las movilizaciones que a inicios del siglo XX llevaron a cabo mujeres socialistas, sufragistas y trabajadoras por la defensa de sus derechos, quedó sepultada y olvidada conforme se expandió una edulcorada despolitización que redujo el Día Internacional de la Mujer a las felicitaciones dirigidas al “ser más bello de la Creación”, acompañadas por el obsequio de flores y chocolates, y rematadas con la alabanza de rasgos estereotipados y falsos como “la bondad”, “la dulzura” o “la abnegación”.
Por eso, que las mujeres se hayan apropiado de las calles para alzar su voz y protestar en contra de los feminicidios, el acoso y la agresión sexual, con la furia de las mareas violetas de los contingentes, reivindicó el espíritu del 8 de marzo.
Ni delicadas, ni abnegadas, ni dulces: las más de 80 mil mujeres que se congregaron en el Zócalo de la Ciudad de México aquel domingo, mostraron que, en la lucha por la defensa de los derechos de las mujeres, la organización y la creación de redes entre nosotras nos fortalece. Fue gracias a este apoyo y colaboración que en todos lados retumbó nuestro mensaje: Ni una víctima más de la violencia machista.
Y fue gracias a esa colaboración entre todas que por primera vez se llevó a cabo el paro nacional de mujeres el lunes 9 de marzo: una acción de protesta jamás antes vista.
Las mujeres representamos el 45.5 por ciento de la fuerza laboral y el 77 por ciento de la fuerza laboral doméstica no remunerada. Nuestra ausencia, sintetizada en la consigna “El nueve ninguna se mueve”, dio cuenta del grave impacto económico, laboral y social que acontece cuando México no cuenta con sus ciudadanas.
Volvimos a conmemorar el Día Internacional de la Mujer, pero esta vez, en el marco de la crisis sanitaria por COVID-19 y el rezago que esta pandemia ha representado para todas nosotras.
Dos semanas después de la marcha del 8M de 2020, el gobierno de México inauguró la Jornada Nacional de Sana Distancia que obligó a familias enteras, muchas de ellas en precariedad económica y en situación de hacinamiento, a quedarse en casa. En tales circunstancias, las víctimas de violencia doméstica se vieron obligadas a compartir el mismo espacio con su agresor.
La pandemia recrudeció la desigualdad y la violencia de género en contra de las cuales nos hemos manifestado: tan solo en los dos primeros meses del confinamiento, más de 600 mujeres fueron asesinadas y las carpetas de investigación por violencia intrafamiliar se incrementaron 4.7 por ciento en comparación con 2019.
No sólo eso: la pandemia también ha contribuido a mantener las desigualdades laborales entre hombres y mujeres. De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo, México ocupa el penúltimo lugar en inclusión femenina en el mercado laboral en Latinoamérica y el Caribe. Entre los impedimentos que limitan el acceso o la permanencia de las mujeres en un trabajo se encuentran las labores no remuneradas de cuidados a niños, adultos mayores y enfermos, que han sido históricamente atribuidas a nosotras, cuando deberían ser una tarea compartida en paridad.
En síntesis, a un año de que, en diversas partes del mundo, miles de mujeres alzaran la voz en conjunto, unidas de igual forma por la rabia y la indignación como por la esperanza y la solidaridad, nos enfrentamos a un reto crucial: identificar los retrocesos en materia de paridad y justicia de género ocasionados por la pandemia y diseñar estrategias que permitan combatirlos.
No es labor sencilla: recordemos que en la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer en Beijing, organizada por Naciones Unidas en 1995, se identificaron 12 temas de urgente atención por parte de los gobiernos para garantizar el bienestar de las mujeres.
A 26 años de establecerse las pautas de trabajo, la ONU ha concluido que ninguno de los países que firmaron la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing ha logrado la igualdad de género. Por eso, hoy más que nunca las mujeres debemos colaborar de manera unida por la defensa de nuestros derechos.